Los devastadores efectos del tifón Haiyán (o Yolanda) pusieron otra vez a la vista que no todos los habitantes de la tierra son iguales ante las calamidades llamadas “naturales”. Alrededor de nueve millones de personas —el 10% de la totalidad de la población de Filipinas— sufrió la furia del tifón más fuerte registrado en la historia, que arrasó 36 provincias, especialmente en la región de Visayas oriental, en la zona central de ese archipiélago de varios miles de islas (ver mapa). El número de muertos se desconoce, aunque se estima en miles. La mayoría de las víctimas son pequeños campesinos, agricultores, pescadores, montañeses, obreros y pueblo pobre. Una gran extensión de tierra fue tragada por el oleaje marino destruyendo puertos, puentes, calles, edificios y tierra agrícola.
Es cierto que el tifón Haiyán fue de una potencia tremenda e inédita: olas de una altura de dos pisos y vientos de más de 300 kilómetros por hora. Pero las causas de fondo de la magnitud de la tragedia se encuentran en el fuerte aumento de la población y de la miseria en las zonas costeras, donde la precariedad de las viviendas populares y también las de los refugios no puede soportar la furia de los huracanes, tan frecuentes en la región. En Tacloban (en la zona centro-oriental del país), destruida en un 90 por ciento, el 30 por ciento de las viviendas son chozas con paredes de madera y techo de paja. El 40 por ciento de los filipinos viven en esas condiciones de vulnerabilidad. Al mismo tiempo, en los últimos 20 años la pobreza rural multiplicó el fenómeno harto conocido de la migración a las ciudades y la miseria urbana.
Una miseria agravada ahora por el peligro de epidemias y por el hambre, consecuencias de la destrucción. Por la desesperación, muchos pobladores saquearon mercados para hacerse de agua potable y de víveres.
Como era esperable, frente a los saqueos al gobierno proyanqui de Benigno Aquino sólo se le ocurrió imponer el toque de queda y desplegar al ejército. Desde otro lado, el Partido Comunista de Filipinas y el Nuevo Ejército Popular llaman a la reconstrucción con el protagonismo popular y en lucha contra el régimen proimperialista y proterrateniente, responsable de una miseria que es muy anterior al tifón. Denuncian al gobierno de Filipinas por usar la catástrofe para aumentar la militarización en las zonas afectadas, y al de EEUU por aprovecharse del desastre para desplazar nuevamente —con el pretexto de “socorro”— más buques de guerra y soldados estadounidenses armados en distintas zonas del país violando la soberanía filipina.