El gobierno nacional hace campaña con la recuperación de la industria y puestos de trabajo. Ciertamente se salió de la crisis luego del 2001. Aunque la precarización sigue siendo un sello distintivo del nuevo empleo generado, como analizamos en el Vamos! Nº9. En cuanto a la industria: ¿qué cambios hubo?
Hemos analizado anteriormente: “Duhalde ejecutó la salida de la convertibilidad con la mega devaluación de los salarios y la pesificación asimétrica. Así salvó a los bancos, le volvió a dar `competitividad´ a los monopolios y a las exportaciones, y benefició a los terratenientes. El pueblo pagó la crisis con millones de desocupados y salarios devaluados. Así se reinició un ciclo de reactivación económica.”(*)
De este modo se dio inicio al modelo neo-desarrollista. En un contexto de fuerte desempleo, pobreza e indigencia y con altos niveles de capacidad ociosa en la industria, se recuperaron puestos de trabajo y producción industrial.
Pero esta recuperación fue limitada y trunca porque no se rompió con el molde de la dependencia. A medida que fueron recomponiéndose salarios y fue completándose la capacidad productiva, la generación de empleo comenzó a estancarse a partir de 2007, como se observa en la infografía. En ese contexto apareció la inflación y el Indec fue intervenido en enero de ese año.
El crecimiento de empleo y producción mencionado, que operó a partir de la devaluación y hasta 2007, se realizó sobre la misma estructura industrial dependiente heredada de los ´90. Ésta no se modificó: se mantuvo palancas claves de la industria en manos de monopolios (Techint en siderurgia, Aluar en la producción de aluminio), se profundizó el régimen minero menemista, se sostuvo el esquema privatista en gas y petróleo, se mantuvo la vigencia de la armaduría automotriz, se repotenció la armaduría electrónica en Tierra del Fuego, no se revirtieron las privatizaciones en las telecomunicaciones y se profundizó el proceso de extranjerización.
Esta estructura industrial mutilada, con muchos casilleros vacíos, ha provocado que el crecimiento de la producción demande la importación de insumos de manera creciente, lo que impacta fuertemente sobre la balanza comercial.
Todo el esquema legislativo y normativo para la industria que se desarrolló tanto bajo la presidencia de Menem como de De La Rúa, permaneció intacto. Las únicas medidas “novedosas” de los Kirchner han sido defensivas en momentos de crisis: los Repro en 2009, cuando el Estado se hizo cargo de una parte de los salarios para evitar despidos en empresas en crisis; o la suba de aranceles de importación en 2012 ante la avalancha importadora.
Estos rasgos propios de un país dependiente se acentuaron en la década K. Se pueden resumir en: perfil de especialización productiva acorde a los intereses de los monopolios, concentración, extranjerización, pérdida del valor agregado nacional, desindustrialización relativa.
Perfil industrial: Los mismos sectores presentes durante la convertibilidad lideraron la recuperación posterior. Por ejemplo: la armaduría automotriz, la industria insignia K, se consolidó como enclave importador de autopartes, con muy débiles encadenamientos industriales nacionales (ver Vamos! Nº9).
Concentración: El peso –tanto en producción como en exportaciones- de los grupos más grandes de capital concentrado ha crecido durante la década K.
Extranjerización: La pérdida de decisión soberana se observa en la creciente participación de capitales extranjeros, tanto en las 100 empresas industriales de mayor facturación como también entre las PyMES.
Valor agregado nacional: Ha crecido el valor absoluto de la producción industrial, pero con cada vez menor contenido de valor nacional. Es decir que lo que se fabrica contiene cada vez más partes y piezas importadas.
Desindustrialización: La relación del PBI industrial sobre el PBI total, si bien tuvo una recuperación en los primeros años de la década K, luego volvió a retroceder a valores aún más bajos que en los ´90.
La década K vuelve a demostrar que sin romper la dependencia no es posible desarrollar una industria nacional independiente. Este modelo neo-desarrollista, cada vez más dependiente de las exportaciones de soja, ha agravado la precarización laboral y no ha resuelto la situación social. La actual inflación o una nueva devaluación perjudican nuestro salario en beneficio de los monopolios y terratenientes exportadores.
En cambio, el Estado debe estatizar las palancas claves de la producción, en beneficio de los trabajadores, el pueblo y la nación. No se debe seguir importando lo que se puede producir acá, como es el caso de los trenes. Así es posible frenar la sangría de divisas (¡y trabajo!), lograr trabajo digno y promover verdaderamente el mercado interno. Hay que romper la dependencia.
(*) Documento CR, “Nuestra ruptura con el PCR y la reconstrucción del comunismo revolucionario”, marzo de 2013.