En medio de protestas populares y denuncias de fraude, las fuerzas conducidas por Zelaya no pudieron vencer a los herederos del golpe de 2009 ni organizar al pueblo.
El domingo 24 de noviembre se llevaron a cabo en Honduras las elecciones presidenciales, organizadas en un ambiente militarizado por el régimen de Porfirio “Pepe” Lobo, heredero del sangriento golpe militar proyanqui que el 28 de junio de 2009 derrocó al reformista Manuel “Mel” Zelaya. El Tribunal Supremo electoral proclamó el triunfo del “caballo del comisario”, Juan Osvaldo Hernández, del mismo Partido Nacional de Lobo, con una ventaja del 6% sobre Xiomara Castro, esposa de Zelaya y candidata del partido “Libre”.
Pese a las reiteradas acusaciones de fraude oficial, tanto Zelaya como Xiomara (y también el candidato del Partido Anticorrupción, Salvador Nasralla) se limitaron a clamar contra la “campaña sucia”, a denunciar que el gobierno violó el Acuerdo para la Reconciliación Nacional y Consolidación del Sistema Democrático —o Acuerdo de Cartagena—, y a convocar una movilización para el sábado 30 de noviembre. Zelaya se esmeró en aclarar que "no incendiaría" el país y que las movilizaciones serían pacíficas. “Hemos respetado la ley y los acuerdos firmados, pero nuestra lucha sigue vigente en el país pues tenemos la responsabilidad de conducir a este movimiento pacífico y cívico”, subrayó. Después de denunciar durante varios días que el gobierno le había “robado el triunfo al pueblo hondureño”, Zelaya —que durante su presidencia despertó expectativas en muchas corrientes reformistas de América latina y contó con el apoyo de Fidel Castro, Hugo Chávez y otros gobiernos latinoamericanos— pasó a aceptar de hecho el resultado declarado por el tribunal electoral y a declarar que el triunfo de los hondureños es la proyección electoral del partido “Libre” y el fin del “sistema bipartidista” entre los partidos oligárquicos, el Nacional y el Liberal.
Y todo esto a pesar de que ya el martes y el miércoles cientos de estudiantes debieron defenderse con palos y piedras de la represión policial con gases lacrimógenos en los alrededores de la Universidad Autónoma, durante las jornadas de protesta contra el fraude que también incluyó actos frente a la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), al este de la capital Tegucigalpa, exigiendo el recuento de los votos. Y pese a los centenares de secuestros, torturas y asesinatos perpetrados por la represión dictatorial contra la resistencia popular desde el golpe proimperialista de 2009.
¿“Revolución” por vía electoral y parlamentaria?
En realidad, no es seguro que el triunfo oficialista y la derrota de “Libre” haya sido sólo resultado del fraude. Aquella gloriosa y masiva resistencia de obreros, estudiantes y campesinos, que hicieron innumerables movilizaciones en 2009 y 2010, no encontró a su frente una fuerza capaz de aglutinar a esos sectores y a las fuerzas populares en una perspectiva revolucionaria, sino apenas agrupaciones que volvían a despertar ilusiones de “cambio” a través de una “salida” electoral y parlamentarista. Y las clases oligárquicas hondureñas trabajaron intensamente para dividir el campo popular, desprestigiar a las agrupaciones que enfilaron detrás de Zelaya y alentar expectativas en una u otra de las variantes electorales de la oligarquía. Una de ellas triunfó ahora.
Más allá de sus promesas de restaurar ciertas libertades democráticas, el partido zelayista “Libre” no planteó, ni en su propaganda electoral ni como iniciativa de masas, ninguna medida de fondo contra las estructuras que siguen sosteniendo en Honduras el poder imperialista y oligárquico, especialmente el poder del latifundio (ver Honduras: Campesinos vs. latifundistas en el Aguán).