martes, 3 de diciembre de 2013

La cultura como construcción colectiva

[Vamos! Nº19] Bahía Blanca - Entrevista a Tato Corte. La Feria de la Cultura de Bahía Blanca (1987-2000) fue una de las experiencias de arte popular más extensas e intensas en nuestro país. Conocida por muy pocos, este semillero de aprendizajes 
a futuro ha cuajado ahora en un libro. Aquí una entrevista a uno de sus gestores. 


–¿Qué era la Feria?
–Era un acontecimiento que ocurría a fines de diciembre, antes de Navidad, cuando la actividad de las diferentes instituciones educativas y culturales ya había cerrado. Duraba tres noches seguidas. Se invitaba a participar en un espacio público, amplio, a mostrar lo que se había realizado en el año, especialmente a la persona no acostumbrada a frecuentar salones, galerías. Era una apuesta múltiple de músicos, teatreros, poetas, narradores, ceramistas, pintores, artesanos, que comenzó para reparar el aislamiento y el silencio que  nos había impuesto la dictadura, como un modo de encontrarnos entre los productores y con ese anónimo habitante que es portador de cultura.
Para llevarlo a cabo necesitamos apoyo de la municipalidad, en relación a la logística, iluminación, sonido, gráfica fundamentalmente. Al principio el apoyo varió, fue desigual; después de los cuatro primeros años se estabilizó. Nosotros guardamos los archivos, y están hasta los gastos.

–¿Cómo surgió la idea?
–Había en Bahía Blanca varias experiencias previas de arte en la calle. Sobre todo las que había realizado el Teatro Alianza, con los cuales me unía una relación personal y política muy próxima. En especial con Dardo y Coral Aguirre; su obra Puerto White, historia de una pueblada, recrea el levantamiento obrero de Puerto White, la lucha por la rebaja del pesaje de  las bolsas de trigo y maíz, que originó la segunda huelga general nacional de la Argentina, en 1907. Es una versión muy brechtiana, y la estrenaron en un barrio, Villa Nocito, en la calle, año 1973. Muchos entonces estábamos pensando en cómo se hacía arte en la calle.
De los años de reflexión obligada que la dictadura nos impuso, salimos con la idea de que era necesario conocernos, encontrarnos, intercambiar, interactuar, y que un espacio común autogestado era la solución.
El inicio de la Feria coincidió con el levantamiento carapintada. Se volvía a sentir ese clima, el miedo de que volviera. Esos días la plaza se llenó de gente. También por entonces había venido a Bahía Blanca, traído por Dardo Aguirre, el teatro Antropológico de Antonio Barba y fue una marca impresionante, se vio teatro callejero.
En mi caso, me movilizaron varias cosas. Una, el Movimiento por el Desarrollo y la Reconstrucción de la Cultura Nacional. Ese movimiento divulgó el Encuentro de Copleras en Pumamarca, Jujuy, y el movimiento de Vidaleros en  Santiago del Estero, hombres y mujeres de las comunidades de los valles.
A su vez, la Revolución Cultural China produjo un enorme debate estético. Una de las experiencias era la pintura mural, llevada a cabo por los campesinos en las comunas populares. Su estética no tenía nada que ver con los moldes prefijados: ni con la pintura tradicional china ni con el muralismo occidental. Esto, que el pueblo pueda protagonizar su propio arte, su propia cultura, es un tema que me ha desvelado.

–¿Creés que la Feria logró el objetivo inicial? 
–Sí. Porque la gente no solamente iba a ver, a comprar algo: se podía subir a un torno, podía pintar, había talleres. No era una feria tradicional de artesanos, en la Feria se hacía. Apostábamos a que la gente pudiera expresarse y lo lograba porque había un clima muy, muy bueno, en esta ciudad que tiene fama de fría, de reservada. Y la Feria generó propuestas estéticas nuevas, como Los Tiburones de la Ría, las murgas, grupos emblemáticos de Bahía  surgieron allí. En un mismo escenario la gente se alternaba, tocaba el gran maestro de bandoneón Aníbal Vitali y luego venía un grupo de rock, había jazz, batucadas. Todo el mundo escuchaba con enorme respeto, unos a otros.
Como los grupos de rock eran tantos, teníamos un modo de selección: ellos mismos participaban y se iban votando los que quedaban. Había un mecanismo democrático maravilloso.

–¿Cuánta gente pasaba en esas jornadas?
–Variaba; pero pasaban unas diez mil. En las tres noches, cuando funcionaba el escenario, había entre 1.000/1.500 personas escuchando. Para los grupos era un lujo. Un respeto y un silencio en esa plaza, mientras en otras partes se seguía laborando. Poníamos el mejor sonido, las mejores luces, nos rompíamos el alma. Había momentos gloriosos y muy numerosos, cuando por ejemplo tocaban Los tiburones…, o  Soto tocaba el saxo, D’Alessandro la guitarra, Los Asuntos, Vitali el bandoneón, etc.

–¿Qué fue lo distintivo como hecho cultural, además de apropiarse de una plaza?
–La Feria produjo una estética. Había que hacer otro tipo de cosas, no iba la de pintar en un caballete, había que adaptarse al lugar, pensar otra cosa. Recuerdo los chicos de la Escuela de Artes Visuales, que habían llevado como chalequitos, ropa, y pintaban en un cordel que se secaba al viento. Nosotros pusimos la mesa con arcilla desde la primera Feria. Se hicieron cosas maravillosas, muchas de las cuales están reseñadas en el libro. Estaba el espacio, y el funcionamiento democrático, que las propiciaron.




El libro

La Feria de la Cultura de Bahía Blanca. Una construcción colectiva, se editó este año y se basa en un trabajo del sociólogo Jorge Carrizo para una tesis de Maestría en la Universidad de Tucumán, retomado y desarrollado por la antropóloga Victoria Corte Oliver, que conformó un equipo con Tato Corte y Mirta Colángelo, dos de los “fundadores”. El libro contiene también las palabras y vivencias de Guillermo Tellarini y otros muchos (músicos, plásticos, poetas, artesanos, murgueros, jóvenes participantes, etc.) en una creación colectiva como lo fue la propia Feria. No faltan la contextualización histórica y la reflexión sobre la experiencia de arte y educación masivos, documentos escritos y fotográficos, y el homenaje a Mirta Colángelo, fallecida poco antes de la publicación.