No hay conmemoración sin manipulación, más en este año electoral donde se debate la posibilidad de una nueva Asamblea Constituyente solo para habilitar la reelección de Cristina Kirchner.
En un año donde late fuerte la posibilidad de que el kirchnerismo prepare una convocatoria a Asamblea Constituyente, con el único objeto de darse continuidad a sí mismo (por más cobertura que intenten darle sesudos constitucionalistas), ninguna conmemoración puede ser ingenua. Mucho menos si se trata de recordar otra constituyente, una ocurrida hace 200 años, en medio de una cambiante guerra anticolonial contra los realistas españoles. Sin duda la de 1813 fue una constituyente muy extraña. Convocada para parir el texto fundacional de un nuevo Estado y para gritar a los vientos la independencia de estas tierras e insuflar entusiasmo en los combatientes, tuvo el detalle de no hacer ninguna de las dos cosas.
En un año donde late fuerte la posibilidad de que el kirchnerismo prepare una convocatoria a Asamblea Constituyente, con el único objeto de darse continuidad a sí mismo (por más cobertura que intenten darle sesudos constitucionalistas), ninguna conmemoración puede ser ingenua. Mucho menos si se trata de recordar otra constituyente, una ocurrida hace 200 años, en medio de una cambiante guerra anticolonial contra los realistas españoles. Sin duda la de 1813 fue una constituyente muy extraña. Convocada para parir el texto fundacional de un nuevo Estado y para gritar a los vientos la independencia de estas tierras e insuflar entusiasmo en los combatientes, tuvo el detalle de no hacer ninguna de las dos cosas.
La Asamblea
para la Historia Oficial y para la Otra
Historia
La Asamblea del año 13 fue ensalzada por la más rancia historia oficial liberal. Por ejemplo Ricardo Levene, historiador de cabecera del oligárquico Agustín P. Justo, planteaba que “Si
esta Asamblea no hizo explícita la
declaración de la Independencia, implícitamente la aseguraba con su fecunda
labor orgánica y legislativa, a lo que se deben agregar las leyes de gran
contenido social que hemos enumerado” (se refiere a la “libertad de vientres”,
la supresión de los títulos de nobleza, los tormentos y los mayorazgos, etc.).[1]
En cambio fue mirada más bien con rechazo por la
historia desarrollada desde una perspectiva obrera, popular y federal. Entre
otras cosas por haber sido expresión de la hegemonía de una línea tibia y
pusilánime. Esa línea política responsable de frustrar sus principales
objetivos tuvo que ver con sectores dirigentes de terratenientes y grandes
comerciantes que, si por un lado estaban prestos a conseguir el poder estatal,
querían hacerlo sin trastocar la herencia dejada por la corona española:
latifundismo, centralismo político, y sobre todo relaciones de explotación
feudales y esclavistas de las que se beneficiaban. El predominio conservador se
manifestó claramente en el rechazo a
integrar en el cuerpo asambleario a los representantes de la Banda Oriental
que traían instrucciones como parte del avanzado programa levantado por José Artigas:
a. Declaración de independencia absoluta de España y
de los Borbones,
b. Que el nuevo Estado tuviera la forma de una
Confederación de provincias,
c. Libertad civil y religiosa plena,
d. División de poderes y que “el gobierno supremo
entenderá solamente en los negocios generales del Estado. El resto es peculiar
de cada provincia”, y más adelante:
e. “Que precisa
e indispensablemente sea fuera de Buenos Aires donde resida el Gobierno
de las Provincias Unidas”, y
f. La Constitución garantizará una forma de gobierno
republicana.
Esto fue lo que rechazaron los sectores elitistas
reunidos en Buenos Aires cuando impidieron la integración de la delegación
uruguaya, aduciendo “cuestiones de forma” (para Levene sólo se trató de un
“acto impolítico”).
Mientras, desde la historia marxista, se plantea que
en Artigas se continuaba la línea
más radicalizada del proceso independentista, la de Mariano Moreno; por eso se afirma que: “(el rechazo de la
delegación oriental) puso así de manifiesto las serias limitaciones de la fracción política que la hegemonizaba (a
la Asamblea); en particular al dejar de lado la declaratoria de la
independencia y al resignar la posibilidad de organizar en democracia la unidad
de los pueblos sudamericanos…”.[2] Artigas se dio una política para atraer a su programa a otras
posibles delegaciones como la de Paraguay.
Desde allí le contestan con claridad: “la llamada Asamblea no ha de ser
compuesta sino de súbditos y dependientes del mismo gobierno de Buenos Aires”. Luego Artigas, enterado del rechazo de sus
delegados, expresaba: “La provincia oriental no pelea por el restablecimiento
de la tiranía de Buenos Aires”. Sin
embargo en Buenos Aires se
fortalecía la tendencia al unitarismo de la tendencia oligárquica prevaleciente.
Incluso un historiador clave de la nueva historia
oficial académica, Tulio Halperín Donghi,
ha admitido cuál era la tendencia profunda que la Asamblea del año 13
somatizaba: “La constituyente no dictará constitución ninguna, no proclamará la
independencia; se reunirá cada vez con menos frecuencia, transformada ya en
instrumento de un juego político cuyo control se le ha escapado… La transición
de la Sociedad Patriótica a la Logia no ha significado tan sólo… un
estrechamiento del grupo de poder, sino también un cambio de acento: del
esclarecimiento ideológico… a la manipulación de influencias… La Logia se transforma así en una máquina
de dominación política firmemente controlada por la facción de Alvear”.[3]
El historiador santafesino José Luis Busaniche también nos ayuda a entender la mañosa y
centralista forma del llamado a la Asamblea: “Se otorgaba a las ciudades una
representación arbitraria y los diputados debían ser designados sin mandato imperativo y sin limitación
de sus facultades. ¿Por qué? …El gobierno hilaba delgado… Pero hoy sabemos que
algunos diputados recibieron de los cabildos instrucciones de sentido
federalista encaminadas a sustraer el interior a la arbitrariedad de juntas y
triunviratos elegidos en la capital”.[4] Mientras esto ocurría,
explica Busaniche, “…el gobierno
central había castigado de manera implacable a los elementos artiguistas de la
campaña en la costa del Uruguay”,
incluso con ejecuciones sumarias.
En el aspecto económico las instrucciones de Artigas ubicaron también otro aspecto
esencial: “Esta provincia entra en una firme liga de amistad con cada una de
las otras para su defensa común, no pudiendo ponerse tasa o derecho sobre los
artículos exportados de una provincia a otra, ni que ninguna preferencia se dé
por cualquier regulación de comercio o renta a los puertos de una provincia
sobre los de otra”, a la vez que solicitaba la habilitación al tráfico de los
puertos de Rocha y de Colonia.[5]
La
Asamblea del Año 13 no puso fin a la esclavitud
Es necesario desmitificar también el “gran contenido
social” atribuido a las leyes de la Asamblea (no) Constituyente. En primer lugar en relación a la esclavitud hay
que decir que la medida tomada fue harto moderada y, prácticamente, sin
consecuencias concretas. El especialista Francisco
Morrone explica algo que calla la historia oficial: “(…) el 6 de marzo se
expide el “Reglamento para la educación y ejercicio de los libertos a
consecuencia del decreto del 2 de febrero”. Este reglamento condicionaba, por
una serie de normas, dicha libertad: el artículo 6º establecía que todos los niños de castas, nacidos libres,
deberían permanecer en casa de sus patrones hasta la edad de 20 años y, en el
8º, que los libertos servirían gratuitamente hasta la edad de 15 años y,
durante los 5 restantes, se les abonaría un peso mensual…”.[6] Por eso el mismo Morrone relata que, en Buenos Aires, para
“levantar” un batallón de negros esclavos, el naciente Estado tuvo que pagar
“rescate” a sus dueños (incautándoles un cierto porcentaje de tan peculiar
mercancía). Dificultades semejantes tuvo San Martín en Cuyo (aunque él actuó
más enérgicamente de acuerdo a su esfuerzo libertador).
Por otro lado, tampoco podemos exagerar los alcances
reales de la “prohibición de los tormentos” realizada por la Asamblea el 21 de
mayo de 1813. Aún más de cincuenta años después (junio de 1864) el parlamento argentino
rechazaba un proyecto que buscaba abolir la pena de azotes en cárceles y en el
ejército. También lo grafica la tardía prohibición del uso del cepo, en 1881 en
la Provincia de Buenos Aires, donde
una resolución de Dardo Rocha decía:
“Que el uso del cepo es un resabio de épocas atrasadas en que la educación del
pueblo era inferior a la actual…”.[7] Los tormentos siguen hasta hoy no por una casualidad sino por la
esencia de las clases dominantes oligárquico-imperialistas y de su Estado.
Y con respecto a la abolición de los títulos
nobiliarios y las encomiendas simplemente hay que recordar que en el Río de la
Plata no abundaban.
Asambleas
Constituyentes ayer y hoy
La Asamblea del 13 no resolvió el “problema”
constitucional, pero aún así no se olvidó del delicado asunto del poder: erigió uno unipersonal, el “Director
Supremo”, y nombró a Gervasio Posadas,
tío de Carlos de Alvear (jefe de la Logia Lautaro). En realidad éste era el
poder tras el trono, y su política fue justamente la inversa a la del sector
radicalizado de Mayo: buscó el cambio de
amo (convertirnos en un protectorado
de Gran Bretaña). Por eso llama la
atención este olvido y esta reivindicación que violenta los hechos que hace el kirchnerismo. Demuestra, otra vez, los
vasos comunicantes entre la vieja historia oficial y el revisionismo light que pregona. Recientemente en “un debate a cielo abierto” (con nulo debate), en la
Plaza de Mayo, los panelistas Hernán
Brienza (politólogo y comunicador oficialista), Araceli Bellota (historiadora del Instituto gubernamental Dorrego)
y el cortesano-rentista Eugenio
Zaffaroni, se solazaron en las
bondades de aquella Asamblea y retomaron plenamente el viejo discurso de la
historia oficial (allí dijeron que fue “un paso en la soberanía”, “entronizó
los derechos humanos”, etc.).
Quizás estos intelectuales oficialistas estén
pensando más en la Constituyente que necesitan para hacer posible la re-re de Cristina que en el pasado al que
aluden. Pero el “relato” necesitará de nuevo de un lubricante (¿tal vez fijar
en la letra los llamados “derechos civiles”? ¿Tal vez alguna bonita declaración
de “soberanía de papel”?). Pero todo siempre en función de resolver el delicado
asunto del poder.
Nosotros en cambio necesitamos la verdadera historia: la
Independencia no se ganó —y ni siquiera se declaró— en los salones porteños: se
arrancó en el campo de batalla.
[1] Levene, Ricardo, Historia argentina y americana, Omeba,
Bs As, 1978, pp. 320 a 322.
[2] Azcuy Ameghino, Eduardo, Historia
de Artigas y la Independencia Argentina, Ediciones de la Banda Oriental,
1993, Uruguay, página 106, (resaltado en el original).
[6] style="font-family: "Times New Roman","serif"; mso-ansi-language: ES-TRAD;">Morrone, Francisco, Los negros
en el Ejército: declinación demográfica y disolución, CEAL, Bs As, 1995,
página 92.
[7] Ver Rodríguez Molas, Ricardo, Historia
de la tortura y el orden represivo en la Argentina, Eudeba, Bs As, 1985.