[Vamos! Nº 67] El frenazo chino y las Bolsas mundiales, espejos de una crisis que no está cerrada. La crisis económica mundial no terminó. Las bolsas mundiales, un espejo. China sigue creciendo menos, y no sólo por el “cambio de modelo”. Estados Unidos y Europa también están estancados. ¿Qué perspectivas para América latina?
El 19 de enero fue un “miércoles negro” para todas las grandes bolsas de comercio. La economía mundial volvió a temblar con la masiva ola de ventas de acciones y la generalizada caída de los “valores”. El remezón se sumó a la pronunciada baja que esos valores ya habían tenido en las dos primeras semanas del año.
China estornuda y
el mundo se resfría
El principal factor de la baja es que está desacelerándose el crecimiento de China. Esto se reflejó en el precio del crudo, que cayó por debajo de los 27 dólares por barril (una década atrás superaba los 100 dólares). En realidad el petróleo viene cayendo desde hace varios años, y se cree que podría seguir bajando hasta 20 dólares o menos; y también cayeron los precios de otras materias primas –alimentos y metales– de las que China es gran comprador. El frenazo en el crecimiento de la economía china se acentuó como consecuencia de la crisis económica mundial estallada en 2008, pero empezó mucho antes y refleja los límites estructurales que el capitalismo imperialista vuelve a manifestar con agudeza en esta crisis.
Las estadísticas de Pekín proyectan para 2016 un crecimiento del 6%. En comparación con el resto del mundo son tasas altísimas, pero durante dos décadas China había acrecentado su PBI a un ritmo de más del 10% anual. Los economistas burgueses estiman que la economía china debería crecer al menos un 7% para generar los 20 millones de puestos de trabajo que –dicen– necesita crear cada año para evitar estallidos sociales. Esta perspectiva desvela a la burguesía monopolista china.
China es la segunda economía mundial. Durante 35 años su veloz crecimiento se basó en las exportaciones y en masivas inversiones en infraestructura y construcción. De sus exportaciones, los principales destinos son EEUU y Europa, que hoy son el epicentro de la crisis económica mundial estallada hace 6 años y por lo tanto compran menos; y en cuanto a la inversión, se desbocó con las grandes “inyecciones” financieras que Pekín promovió desde la crisis de 2009 con créditos estatales para la construcción de aeropuertos, rutas, ferrocarriles, edificios y barrios enteros que ahora están vacíos o sin uso. Esto es lo que hace un siglo y medio Marx llamó sobreproducción relativa. Los masivos créditos del Estado, a su vez, generaron el tremendo endeudamiento de ciudades y provincias: la deuda interna china, que ya antes de 2008 era mayor que su producción anual (150% del PBI), hoy supera el 280%: casi el triple del PBI, y superior al de Alemania y Estados Unidos.
La irrupción de China en los mercados mundiales hacia el año 2000 como gran comprador de materias primas, vendedor de bienes industriales, y gran inversor y financista, y el vuelco de grandes capitales a la especulación con “futuros” como consecuencia de la crisis anterior (1997), hicieron trepar verticalmente los precios de las materias primas. Los terratenientes y monopolios exportadores de América latina y de muchos países africanos tuvieron una década de oro; crecieron las economías de esas regiones, al punto de que muchos dirigentes y académicos de países del llamado “tercer mundo” creyeron que se había revertido el histórico ciclo de deterioro de los términos de intercambio de las materias primas respecto de los productos industriales. Pero la crisis económica mundial y sus consecuencias volvieron a poner las cosas en su lugar “tradicional”: todavía en los primeros seis meses de 2015 las importaciones de China cayeron casi un 15% respecto al año anterior, y las economías de América latina y África, dependientes de las exportaciones de alimentos, petróleo y minerales, sufrieron el golpe.
China: reformas y techos
Con el fin de restablecer la tasa de ganancia deteriorada por la crisis mundial, una parte de la burguesía monopolista china promueve un nuevo “modelo” económico, con crecimiento menor pero más estable, y basado en el consumo interno y ya no en la inversión masiva en industria pesada, endeudamiento y exportaciones. Pero en China las principales palancas industriales y bancarias siguen siendo controladas por el sector empresarial y partidario que fue el gran beneficiario del “modelo” vigente durante los últimos 35 años, y que hoy resiste las “reformas”. Esto es motivo de intensa lucha en las altas esferas del Partido “Comunista” y del Estado.
Por eso en los últimos cinco años los cambios fueron muy escasos: para estimular el consumo, el nuevo “modelo” requiere aumentar los salarios y dar a los trabajadores mayor acceso a salud, educación, vivienda y jubilación. Pero esto erosiona las posibilidades de exportación de manufacturas y las ganancias de las grandes corporaciones chinas y extranjeras. Y pese a todas las declamaciones sobre los supuestos millones de personas que el vertiginoso crecimiento chino habría “sacado de la pobreza”, la derrota del socialismo y la captura del poder por la burguesía a fines de los ‘70 convirtieron en proletarios a centenares de millones, empobreció a las masas populares y achicó drásticamente el consumo. China pasó del socialismo, que garantizaba el plato de arroz diario, la vivienda, la salud y la educación gratuitas, a una feroz economía capitalista donde se restableció la explotación y todas esas seguridades se perdieron.
Sobreproducción por un lado, achicamiento del mercado interno por el otro.
La crisis china
sigue siendo mundial
Pero el problema no es sólo chino. Si el Fondo Monetario Internacional (FMI) debió modificar a la baja sus pronósticos de crecimiento global es porque abundan los indicios de que la economía mundial no se recuperó del derrumbe de 2008.
El viernes 15/1 la Bolsa de Nueva York volvió a temblar con las primeras cifras de contracción económica desde la recesión de 2008: reapareció el fantasma de la recesión en los Estados Unidos; su reflejo político –y el del retroceso mundial de la hegemonía norteamericana– es el crecimiento en intención de voto del millonario racista Donald Trump, candidato presidencial del sector republicano de los monopolios yanquis.
En Francia, el presidente socialdemócrata Hollande acaba de declarar la “emergencia económica” y, con el pretexto de la gran desocupación, se dispone a implementar medidas ultraliberales como la flexibilización laboral para descargar la crisis sobre los trabajadores.
La propia dirigencia china, conciente de los límites de su crecimiento económico, se prepara para compensar estratégicamente su relativo frenazo económico: argumentando la necesidad de “defender los intereses” de China en todo el mundo, acelera la modernización de su aparato militar, y subraya sus reclamos estratégicos por las islas del Mar del Sur de China.
América latina:
¿ilusiones o liberación?
En lo inmediato, la baja del precio del crudo podrá ser una buena noticia para los importadores de petróleo, especialmente los países imperialistas con un gran desarrollo industrial como los europeos, Estados Unidos y China. Pero es catastrófica para muchos países –entre ellos algunos latinoamericanos como Venezuela y Ecuador– que viven de sus exportaciones petroleras, y que deben pagar con barriles a China deudas millonarias en dólares contraídas bajo el sistema de “préstamos por petróleo”.
China es el segundo socio comercial y financiero de muchos países latinoamericanos. Sectores importantes de las burguesías de la región, con distintos grados de asociación con la potencia oriental, se hacen propagandistas de la reforma promovida en China. Creen que el paso de una economía basada en la inversión y las exportaciones, a otra con centro en el consumo, aumentará las compras chinas de petróleo, alimentos y materias primas y eso volvería a hacer subir los precios mundiales de esos productos. Creen, también, que la nueva bonanza exportadora permitiría a los países latinoamericanos reconvertir su producción industrial hacia artículos dirigidos a satisfacer los gustos de la burguesía china.
Quizá. Pero la contracara –como ya viene sucediendo actualmente incluso sin las reformas– será un reforzamiento de la especialización primario-exportadora de nuestras economías, una dependencia aún mayor del mercado y del financiamiento chino, y más privilegios a la entrada y salida de sus capitales; es decir, una vulnerabilidad aún más profunda de las economías nacionales y de la región. Y sin duda, esa reorientación de las industrias de América latina, destinada a satisfacer a la burguesía china y para la que se propone “atraer” inversiones chinas, sería presentada bajo banderas de “autonomía” hacia EEUU y como un “modelo productivista e industrialista”.
Además, lo que se perfila en el horizonte mundial no es “una luz en el fondo del túnel” sino una nueva espiral de la crisis y una mayor caída del precio de las materias primas –petróleo, soja, cobre–, de las que dependen las economías latinoamericanas. Hay que tener presente que, debido a la asociación de sus terratenientes y burguesías intermediarias con las grandes potencias (es decir, a la dependencia), los gobiernos de la región –incluso los que forcejearon o se enfrentaron con EEUU– no aprovecharon la larga década de “vacas gordas” para fortalecer estructuras industriales propias y depender menos de las exportaciones primarias.
Si la economía china sigue frenando su crecimiento se debilitará su moneda, el yuan, y se fortalecerá el dólar, encareciendo el costo de las deudas latinoamericanas. También se debilitarán las monedas de nuestros países, y caerá el valor de los bonos que emiten para financiarse, por lo que necesitarán ofrecer tasas de interés más altas para encontrar monopolios o bancos interesados en comprarlos: el tradicional y siniestro círculo del endeudamiento.