El Presidente de Rusia, Vladimir Putin, se expresó recientemente sobre el rol del dirigente bolchevique Vladimir Ilich Lenin en la historia de Rusia, sosteniendo que “su pensamiento llevó a la caída de la Unión Soviética. Hubo muchas ideas incorrectas: la creación de autonomías nacionales, etc. Pusieron una bomba atómica bajo el edificio llamado Rusia y esta, finalmente, explotó”.
No llaman la atención estas declaraciones desprestigiando la experiencia socialista en la URSS y a quien fuera su máximo dirigente, viniendo de quien encabeza la actual Rusia imperialista con su bandera tricolor zarista. El sistema de autonomías nacionales implantado tras la Revolución Rusa, sin precedentes en la historia mundial, permitió la unión de múltiples repúblicas y nacionalidades en pie de igualdad bajo el poder soviético.
El contrabando que hace Putin no solo apunta a fomentar el nacionalismo imperialista ruso, sino que borra el hecho de que el estallido de movimientos autonomistas de las nacionalidades en la URSS en los años ‘80 y ‘90 lejos estuvo de deberse a las ideas de Lenin. Éste fue ya expresión de la crisis del capitalismo que se había restaurado hacía décadas y convertido a la URSS en social-imperialista: socialista de palabra, imperialista en los hechos. Este social-imperialismo tuvo como unas de sus primeras víctimas a las nacionalidades menores de la propia URSS.