viernes, 15 de mayo de 2015

El papel decisivo de la URSS en la derrota del nazismo

[Vamos! Nº 51]  A 70 años del triunfo del Ejército Rojo en Berlín - Nota 1 de 2. 


Stalingrado, una de las batallas más sangrientas, decisiva para el curso de la Segunda Guerra.






El 2 de mayo de 1945, tras doce días de cruentos combates con decenas de miles de muertos, las tropas nazis que defendían la capital alemana Berlín se rindieron ante el Ejército Rojo de la Unión Soviética. Horas antes, vislumbrando el desenlace, Hitler y la cúpula nazi se suicidaban. Era el principio del fin del mayor conflicto bélico de la historia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. Con más de veinte millones de muertos, con hitos heroicos como la batalla de Stalingrado, el papel del pueblo y el ejército soviético y de los comunistas en todos los territorios ocupados había sido decisivo para la derrota definitiva del fascismo. Frente al enorme ocultamiento de esta realidad histórica por parte de los medios imperialistas, abordaremos en dos notas el rol fundamental de la URSS en este proceso.

Antecedentes

A partir de la década del ’20, pero particularmente en los ’30, gobiernos fascistas llegaron al poder en diferentes países imperialistas, como Italia, Alemania y Japón. El ascenso de estos gobiernos es inseparable del contexto de crisis mundial del capitalismo imperialista que se inició en el año 1929, sacudiendo a todos los países y acentuando las contradicciones entre las distintas potencias. Mientras tanto, crecía el prestigio de la Unión Soviética, cuya economía florecía mientras los países capitalistas se hundían en la miseria y el desempleo, a la vez que crecía el miedo de las burguesías imperialistas al “avance rojo”. En medio de la crisis, EEUU cortó la ayuda económica a Alemania que se vio sumida en una situación económica y social asfixiante con un desempleo cercano al 30%. Fue en ese marco que Hitler subió al poder con un discurso demagógico basado en la “humillación” sufrida por Alemania tras la derrota en la Primera Guerra Mundial. Desde 1933 fue desplegando un programa reaccionario con persecución a los comunistas y sindicatos, chauvinismo exacerbado, expansionismo militar y antisemitismo. Paralelamente, en 1931, Japón invadía el norte de China y en 1935, Italia se lanzaba a la conquista de Etiopía.

A partir de 1934, la Internacional Comunista lanzó la línea de frente único antifascista, criticando la responsabilidad de la socialdemocracia en el avance reaccionario y también autocríticamente la demora en poner en primer orden la lucha contra el fascismo. Lejos de las ideas que situaban al fascismo “por encima de las clases”, el dirigente de la Internacional Jorge Dimitrov subrayó su carácter de clase caracterizándolo como “dictadura terrorista descarada de los elementos más reaccionarios, más chauvinistas y más imperialistas del capital financiero”.

En 1936, el general Franco lanzó un golpe fascista contra el gobierno republicano en España. La lucha de la clase obrera y el pueblo español resistió el golpe y forzó a una heroica Guerra Civil que se prolongó tres años, cuando finalmente triunfaron las fuerzas reaccionarias. La URSS apoyó militarmente a los combatientes antifranquistas y organizó las Brigadas Internacionales de solidaridad. Por el contrario los gobiernos de Francia e Inglaterra mostraron la misma vacilación que frente al nazismo: a pesar de que Hitler y Mussolini intervinieron abiertamente a favor de Franco, desplegando tropas, esas potencias mantuvieron la línea de “no-intervención”, favoreciendo el avance fascista.

Hitler desata la Guerra

En 1937 se terminó de consolidar el Eje fascista con el Pacto Antikomintern (anti-Internacional Comunista) entre Alemania, Italia y Japón. A principios de 1938 Hitler invadió Austria y en septiembre se disponía a avanzar sobre Checoslovaquia. A pesar de los esfuerzos de la URSS por concertar acuerdos con Francia e Inglaterra para frenar el avance nazi, en septiembre de 1938, los gobiernos de esos países firmaron el espurio Pacto de Munich con Alemania e Italia, que legalizó la entrega del territorio checoslovaco y definió graves concesiones al nazismo con nefastas consecuencias para el futuro. La intención de las potencias imperialistas “democráticas” era empujar a Hitler a la guerra contra la URSS. Aún así, el gobierno de Stalin siguió buscando durante varios meses llegar a acuerdos con Francia e Inglaterra. Pero las negociaciones fueron sistemáticamente boicoteadas por esos gobiernos. En tanto, en la frontera oriental ya se habían producido enfrentamientos entre tropas rusas y japonesas. La amenaza directa sobre el pueblo soviético y sobre las conquistas del socialismo era un hecho.

En ese contexto, el gobierno de Alemania, considerando no estar en óptimas condiciones aún para lanzarse sobre la URSS, propuso a Moscú un pacto de no agresión. En la situación creada por el fracaso de las negociaciones con Francia e Inglaterra, la URSS se vio forzada a aceptar la propuesta. Sin ser un plan deseado, fue justo aceptarlo para obtener una tregua imprescindible que posibilitaba prepararse mejor para el futuro, donde el choque con el fascismo era inevitable. Deshacía a la vez el plan funesto del Pacto de Munich de “entregarle” la Unión Soviética a Hitler. A la vez, en la firma del pacto se cometieron errores serios, como anexos secretos inadmisibles que establecían el reparto de Polonia, entre otros. La dirección soviética sobreestimó las posibilidades de dilatar la agresión hitleriana, lo que tendría consecuencias muy negativas sobre todo cuando Alemania decidió finalmente lanzarse sobre la URSS.

El 1 de septiembre de 1939, al agredir a Polonia, la Alemania nazi desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Francia e Inglaterra tuvieron que admitir el fracaso de su política de concesiones a Hitler y declararon la Guerra a Alemania. Una vez lanzado a la ofensiva, el Ejército nazi mostró todo su poderío. En abril de 1940 se apoderó de Noruega y Dinamarca, en mayo de Holanda, Bélgica y Luxemburgo y en junio tomó París y la mitad de Francia. En octubre entró en Rumania y avanzó sobre los Balcanes. En menos de un año gran parte de Europa estaba en manos de los nazis. Italia invadió Albania y Libia, en el norte de África. En Asia por su parte, Japón se lanzó a la conquista de toda la costa pacífica del continente, llegando hasta Indonesia e islas oceánicas, cubriendo miles de kilómetros.

En los territorios ocupados, los nazis sembraron su política terrorista y genocida, con campos de concentración donde fueron asesinadas millones de personas. Además de centros de exterminio, esas gigantescas cárceles sirvieron como campos de trabajo forzado, donde la burguesía imperialista alemana esclavizó a millones para ampliar sus conglomerados industriales, particularmente la industria bélica.

Envalentonado por sus conquistas y la debilidad de las potencias occidentales, Hitler se preparó entonces para la ofensiva hacia la Unión Soviética. La invasión, iniciada finalmente en junio de 1941, cambiaría el carácter de la Guerra y abriría paso a algunas de las batallas más cruentas que se recuerden, en las que millones de soviéticos, encabezados por el Partido Comunista, escribirían algunas de las páginas más heroicas de la historia, cuestión que abordamos en la próxima nota.