El anuncio fue en la mañana del jueves 27/3. Por la tarde, Cristina Kirchner, entre chistes y risas, reafirmó: “No tiene nada que ver con un tarifazo, es una cuestión de equidad”. Los ministros dieron muchas cifras, pero trataron de evitar la pregunta obvia: ¿cuánto será el aumento? Porque en concreto las tarifas aumentarán desde un 100% al 284% para el gas y desde un 170% al 406% para el agua.
Quizás para evitar una pronta confirmación y respuesta frente a este ajuste para las clases populares, el aumento se dará en tres tramos y se completará en agosto. Pero seguirá rigiendo en 2016 y en el próximo gobierno. Mientras tanto, la industria –pequeña y enorme– seguirá con tarifas de gas sin aumento. Eso sí, la presidenta afirmó que los va a vigilar.
Otra forma de tratar de suavizar el malhumor por el tarifazo es anunciar que se mantendrá la tarifa vigente hoy para quienes consuman menos del 20% de lo que venían consumiendo. ¿Qué habría que hacer para bajar un 20% el consumo de un termotanque o calefón? ¿Bañarse menos? ¿Y de un horno? ¿Y cuánto se puede reducir el consumo de una estufa con unos burletes? Evidentemente, este argumento apenas sirve como propaganda, pero nada tiene que ver con una política real de uso responsable de la energía. Por otro lado, ¿es “racional” que muchos de los nuevos edificios ya ni siquiera vengan con instalación de gas?
Sin embargo, el argumento más perverso con el cual pretenden justificar esta curiosa “redistribución” es que el “ahorro” será destinado a la Asignación Universal por Hijo y al plan Progresar. En los ’90, Menem y el Banco Mundial dieron argumentos similares y acuñaron también el término “equidad” para pretender justificar el arancel en las universidades. Y con esta misma orientación en 1998 implementaron el impuesto automotor para pagarle a los docentes. “Redistribuir”… ¿no sería cobrarle más a los monopolios y menos al pueblo?