Ucrania sigue siendo una zona caliente de la disputa imperialista en el mundo. Día a día, la tensión en Europa oriental crece por la puja entre el imperialismo ruso y sus rivales yanquis y europeos por el control de ese país, estratégicamente ubicado sobre el Mar Negro y limítrofe con Rusia, Bielorrusia, Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania. La ocupación rusa de hecho de la península de Crimea, las rebeliones prorrusas respaldadas por Moscú en el este de Ucrania, y los movimientos militares tanto rusos como de fuerzas de la OTAN en la zona recuerdan la “guerra fría” entre Estados Unidos y la URSS socialimperialista (tras la restauración capitalista en los ’60). La situación se recalienta y podría dar lugar al eventual estallido de una guerra.
Ucrania, un bocado disputado por varias potencias
A principios de marzo una rebelión volteó al dictador prorruso Yanukóvich. Los imperialismos occidentales lograron montarse en los masivos reclamos democráticos del pueblo ucraniano y establecieron en Kiev un gobierno provisional de coalición en el que coexisten fuerzas socialdemócratas y de derecha fuertemente respaldadas por potencias de la Unión Europea, principalmente Alemania.
La respuesta del imperislismo ruso no se hizo esperar. Ese mismo mes, el imperialismo ruso que comanda Putin, apoyándose primero en la presencia de una mayoría étnica rusa en Crimea (sur de Ucrania, sobre el Mar Negro) y en la poderosa base rusa de Sebastópol en esa península, y luego en la invasión militar directa, impuso la secesión de esa región autónoma ucraniana y legitimó luego su anexión a Rusia con un referéndum.
Después, en los primeros días de abril, la población mayoritariamente rusa de varias provincias del este ucraniano—con el respaldo de Moscú— empezaron a seguir el camino de Crimea. Donetsk y Járkov (ver mapa) se declararon independientes y reclamaron el apoyo ruso en caso de que el gobierno de Kiev desatara una represión armada. Grupos prorrusos armados y enmascarados ocuparon varios edificios gubernamentales, crearon “consejos”, y proclamaron “repúblicas populares” independientes de Kiev. En Lugansk, fronteriza con Rusia, se inició un proceso similar.
El martes 8 de abril, cuando el gobierno ucraniano iniciaba preparativos para lo que llamó una “operación antiterrorista” en el este del país, el gobierno ruso advirtió al de Kiev que si intentaba reprimir las rebeliones prorrusas de Donetsk y Járkov desencadenaría una guerra civil. Moscú denunció también la presencia de mercenarios norteamericanos entre las fuerzas especiales de la policía ucraniana. Con eso pretende justificar una posible intervención militar rusa.
Desnudando desvergonzadamente las ambiciones imperialistas que están en juego por ambas partes, los secretarios de Estado de EEUU John Kerry, y el de Rusia Sergéi Lavrov, concertaron para los próximos días una conferencia entre esas dos potencias más la Unión Europea y el gobierno ucraniano proeuropeo, para negociar los destinos de ese país.
Con gas y con ejércitos
La OTAN, que en su momento estimuló las manifestaciones contra el prorruso Yanukóvich para ampliar su propia zona de influencia en el este de Europa, ahora denuncia los intentos de Moscú por “trazar nuevas fronteras mediante la fuerza” y “crear una nueva esfera de influencia”. Para ambas partes la nación y el pueblo ucranianos son apenas un peón en un tablero en el que se juegan los realineamientos de fuerzas entre las grandes potencias imperialistas con miras a las nuevas líneas del reparto mundial en las próximas décadas.
La OTAN denunció el despliegue de 40.000 soldados rusos en la frontera ucraniana, respaldados por tanques, artillería y aviones. Mientras, ya el 10 de abril varios buques militares y de inteligencia yanquis y franceses habían cruzado el estrecho de los Dardanelos en dirección al Mar Negro, posicionándose para hipotéticos enfrentamientos armados con las tropas rusas. El yanqui Obama y la alemana Merkel realizaron “conversaciones” y exigieron a Rusia el retiro de sus tropas. Pero al mismo tiempo el primer ministro ucraniano reclamó la “ayuda” de Occidente para modernizar el ejército de Kíev contra la eventual intervención rusa.
Mientras tanto, en el este de Ucrania —el corazón industrial del país— los activistas prorrusos, armados con rifles Kalashnikov y protegidos por barricadas con alambre de púa y con el apoyo de Moscú, seguían ocupando los edificios públicos y exigiendo la convocatoria de un referéndum para quedar bajo administración rusa.
Putin decidió, además, usar a fondo las palancas económicas en sus manos —principalmente el suministro de gas— para doblegar a las dirigencias europeas en su tironeo por Ucrania. Antes ya había suspendido un crédito por 15.000 millones de dólares que otorgaría al ex gobierno ucraniano de Yanukóvich, y anulado la reducción del precio del gas que le proveía a Ucrania; ahora emplazó a los gobiernos europeos a pagar los miles de millones de euros que Ucrania le debe a Rusia, bajo la amenaza de quedarse sin el gas que reciben de Moscú. No es una amenaza pequeña, ya que por Ucrania pasa el 40% del gas vendido por la estatal rusa Gazprom al bloque europeo, aún después de la construcción del gasoducto Nord Stream por el fondo del mar Báltico en el norte de Europa. Gazprom suministra nada menos que el 30 por ciento del gas que consume el conjunto de la Unión Europea (UE). Y además, Moscú ya le cerró anteriormente la canilla de la provisión gasífera a Ucrania en 2006 y en 2009, dejando sin gas a los países más dependientes de Europa Central.