lunes, 7 de abril de 2014

La teoría y la táctica revolucionarias de los comunistas

A 166 años de la aparición del Manifiesto del Partido Comunista. Publicamos versión completa de las notas publicadas en nuestro periódico Vamos! Nº23 y Nº24.



Abril de 2014.[1]

"Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo". Con estas palabras, millones de veces repetidas posteriormente no sólo en Europa sino en todos los continentes, comenzaba hace 166 años el Manifiesto Comunista, publicado el 21 de febrero de 1848. Carlos Marx y Federico Engels, sus redactores por encargo de la Liga de los Comunistas –organización clandestina en la que participaban y en la que se unían los primeros núcleos comunistas–, sostenían en su introducción: “ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio Partido”.
En el Manifiesto del Partido Comunista, documento fundacional del socialismo científico, se exponen por primera vez en sus aspectos fundamentales la concepción de la historia y la sociedad, el secreto de su movimiento, basado en las leyes objetivas más generales del desarrollo social desentrañadas por ambos revolucionarios, mediante la consecuente extensión del materialismo dialéctico al dominio de los fenómenos sociales, el materialismo histórico. Frente a las diversas corrientes del idealismo filosófico que prevalecían ampliamente en el dominio de la Historia, y que entre otras características no abarcaban sino que desdeñaban el papel de las acciones de las masas en el desarrollo histórico; frente a las inconsecuencias y la unilateralidad que caracterizaban al materialismo mecanicista; y frente a las diversas corrientes del socialismo utópico y del comunismo utópico que pululaban (algunas verdaderas sectas de “curanderos sociales”), el proletariado revolucionario necesitaba desarrollar las luchas guiándose por una teoría revolucionaria científica que les permitiera orientarlas.
“Las tesis teóricas de los comunistas –dirá el Manifiesto– no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica peculiar y exclusiva del comunismo.
“Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos, continuas transformaciones históricas. La revolución francesa, por ejemplo, abolió  la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa.  El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa. Pero la propiedad privada actual, la propiedad burguesa, es la última y más acabada expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros”.
El Manifiesto fue siendo publicado en diversas lenguas y se fue difundiendo por cientos de millares en el mundo. Fue precedido en numerosas ediciones por prefacios de Marx y Engels (y luego de Engels, al morir Marx). En el prefacio a la edición alemana de 1883 (poco después de la muerte de Marx), Engels resumió: “la idea fundamental de la que está penetrado todo el Manifiesto, a saber: que la producción económica y la estructura social que de ella se deriva necesariamente en cada época histórica, constituyen la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda la historia (desde la disolución del régimen primitivo de propiedad común de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotadora y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clases”.
Lenin dirá, entre sus numerosos análisis sobre este documento fundacional: “El Manifiesto Comunista estableció la tesis fundamental del marxismo sobre la táctica de la lucha política: ‘Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero al mismo tiempo defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de este movimiento’. En nombre de ello, en 1848, Marx apoyó en Polonia al partido de la ‘revolución agraria’, es decir, al ‘partido que efectuó en 1846 la insurrección de Cracovia’”. Igualmente fueron apoyadas otras insurrecciones de liberación nacional, como la de Palermo en Italia, y otras que se desarrollaron en el mismo período.
Aunque apareció en febrero, el Manifiesto fue enviado para su publicación varias semanas antes de la Revolución de Febrero de 1848 en Francia, y de otras revoluciones burguesas posteriores, así como de insurrecciones nacionales contra la dominación de diversos imperios feudales.
La de Francia tuvo como protagonista principal al proletariado de París y sus barricadas, exigiendo una República “Social”, con reivindicaciones propias como la formación de Talleres nacionales que eliminaran la terrible desocupación. Luchaba conjuntamente con una fracción de la burguesía, la burguesía industrial propiamente dicha, excluida del gobierno monárquico constitucional de Luis Felipe de Orleáns, producto de la revolución de 1830. En este gobierno dominaba la capa más alta de la burguesía, la llamada “aristocracia financiera” de la época (los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales y una parte de los propietarios de la tierra, aliados a ellos).
Esta burguesía industrial excluida “luchaba” mediante banquetes y a la mayoría ni siquiera le interesaba la República, sino ser incluida en el gobierno de Luis Felipe. Por eso la República fue arrancada mediante violentas manifestaciones obreras y populares e irrupciones en masa del proletariado en las sacrosantas instituciones que se habían creado (de las que fue rápidamente eliminado, pese a ser quienes habían derramado su sangre en las barricadas revolucionarias). Exigían que se cumplieran las reivindicaciones sociales planteadas y “aceptadas” al inicio, siendo fuertemente reprimidos y encarcelados.
Burladas sus reivindicaciones y eliminado del Gobierno Provisional, el proletariado en masa protagonizó jornadas heroicas de lucha cada vez más decidida y violenta, como respuesta a esa burla y a la represión, con consignas cada vez más avanzadas, hasta que fue derrotado por la burguesía en la masacre de junio de 1848.
Todo el proceso de la revolución y esta derrota final clarificaron dolorosamente al proletariado sobre su verdadera situación frente a la burguesía, lo que le permitiría avanzar en relación a sus objetivos independientes de clase inmediatos e históricos. Las masivas acciones revolucionarias del proletariado francés, aún derrotadas, produjeron pánico también en otras burguesías europeas, por ejemplo la alemana, que entregó miserablemente su revolución. Todas las revoluciones fueron traicionadas o derrotadas, al igual que las insurrecciones nacionales.
Marx analizó detalladamente la revolución de 1848-1850 en La Lucha de clases en Francia. Trabajo iniciado durante la Revolución y continuado después de la derrota, constituye la primera prueba de análisis basado en el materialismo histórico, en toda la intensidad y complejidad de las luchas de las diversas clases y capas de la sociedad francesa, sus alianzas y rupturas. Análisis que continuará en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, sacando importantes conclusiones revolucionarias.
Dirá en el inicio de La lucha de clases en Francia: “Exceptuando unos pocos capítulos, todos los apartados importantes de los anales de la revolución de 1848 a 1849 llevan el epígrafe de ¡Derrota de la revolución!
“Pero lo que sucumbía en estas derrotas no era la revolución. Eran los tradicionales apéndices prerrevolucionarios, las supervivencias resultantes de relaciones sociales que aún no se habían agudizado lo bastante para tomar una forma bien precisa de contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos, de los que no estaba libre el partido revolucionario antes de la revolución de Febrero y de los que no podía liberarlo la victoria de Febrero, sino sólo una serie de derrotas.
“En una palabra -concluirá Marx- el programa revolucionario no se abrió paso con sus conquistas directas tragicómicas, sino por el contrario engendrando una contrarrevolución cerrada y potente, engendrando un adversario contra el cual el partido de la subversión maduró, convirtiéndose en un partido verdaderamente revolucionario.”  

Carlos Marx y Federico Engels, redactores del Manifiesto del Partido Comunista en 1848.

Internacionalismo y forma nacional de las luchas proletarias

En el Manifiesto, en polémica con los ataques y acusaciones de que son objeto las supuestas ideas de los comunistas, se analizan críticamente temas como la familia burguesa, el matrimonio burgués, la situación de la mujer y del niño en el capitalismo, la prostitución oficial y privada, la educación burguesa y otros. Y frente a la acusación de que los comunistas quieren abolir la patria, la nacionalidad, el Manifiesto enfatiza el carácter internacional de la lucha proletaria, de la lucha de los explotados, de quienes no poseen medios de producción en su poder para explotar a otros hombres, quienes deben hermanarse, apoyarse solidariamente para poder triunfar. Al tiempo que señala: “Más, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués”. Y antes: “Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía”.
Primera publicación del
“Manifiesto del Partido Comunista”,
en alemán, febrero de 1848, Londres.
La concepción internacionalista proletaria, que propugna la necesidad de la unión del proletariado de todos los países, así como de sus luchas, se sintetiza en la consigna con que finaliza el Manifiesto del Partido Comunista: “Proletarios de todos los países, uníos”.

La explotación colonial y la opresión nacional en el capitalismo

En El Estado y la Revolución, refiriéndose a los cambios que el marxismo va precisando en cuanto a la dictadura del proletariado en la concepción marxista del Estado, y que se atiene rigurosamente a la base efectiva de la experiencia, Lenin dirá: “Fiel a su filosofía del materialismo dialéctico, Marx toma como base la experiencia histórica de los grandes años de la revolución de 1848-51. Aquí, como siempre, la doctrina de Marx es un resumen de la experiencia, iluminado por una profunda concepción filosófica del mundo y por un rico conocimiento de la historia”. Con ese mismo espíritu, claros de que la Revolución de 1848 se había cerrado, continuando sus diversas investigaciones Marx y Engels dieron gran importancia al tema de las colonias y semicolonias explotadas por el capitalismo de libre concurrencia, así como al papel decisivo jugado por las mismas en el propio nacimiento y desarrollo del capitalismo.
Sobre la opresión y explotación nacional de una nación por otra, que en El Manifiesto se menciona, Marx y Engels irán investigando, ajustando y desarrollando su posición, y desde la década del 50 publicarán artículos sobre la cruel dominación colonial de las grandes potencias capitalistas como Inglaterra (la más poderosa y con más colonias), Francia, Holanda, y otras, particularmente sobre las colonias y semicolonias de Asia y Medio Oriente, y también de África. Igualmente investigarán la continua expansión territorial y colonial de la Rusia zarista, “cárcel de pueblos”, la potencia feudal más reaccionaria de la época y que también disputaba esa expansión con las potencias capitalistas. Parte de esos trabajos de Marx y Engels fueron publicados por el diario norteamericano New York Daily Tribune entre 1851 y 1863.[2]
En la Correspondencia entre Marx y Engels hay cartas sobre el tema, en especial sobre la dominación colonial Inglesa sobre Irlanda. En El Capital existen numerosas menciones sobre la opresión colonial, sobre formas de trabajo en los países oprimidos, etcétera. Un señalamiento importante en el mismo es en qué ha sido convertida finalmente la India por la dominación y saqueo británicos. Respecto de Irlanda y las posiciones que va teniendo la mayoría de la clase obrera inglesa, son numerosos los análisis publicados en diversos años por Marx y Engels, quien resume esta posición con la consigna: “ningún pueblo que oprime a otro pueblo puede ser libre”.
En 1869, ambos analizan en diversos textos la dominación inglesa en Irlanda y su relación con posiciones no proletarias de gran parte de la clase obrera inglesa (en la que los obreros irlandeses constituían además un sector muy importante, despreciado, con la consiguiente división que se operaba en la propia clase obrera). En una carta de Marx a Engels, de ese año, le dice: “Durante mucho tiempo creí que sería posible derrocar al régimen irlandés por el ascendiente de la clase obrera inglesa. Siempre expresé este punto de vista en el New York Tribune. Pero un estudio más profundo me ha convencido de lo contrario. La clase obrera inglesa nunca hará nada mientras no se libere Irlanda. La palanca debe aplicarse en Irlanda. Por eso tiene tanta importancia el problema irlandés para el movimiento social en general”. Y le comenta que lo planteará en la siguiente sesión del Consejo de la Asociación Internacional de Trabajadores, o 1º Internacional, donde la opresión colonial de Irlanda constituía uno de los temas centrales.

El papel de las colonias en los orígenes y desarrollo del capitalismo

Quizás la síntesis más clara de la posición de Marx sobre el punto de partida del régimen capitalista de producción y su desarrollo y el papel jugado por la explotación más brutal de la propia clase obrera y de las colonias capitalistas, así como el de las colonias dominadas por monarquías absolutas feudales como España (que contribuyeron también a ese nacimiento y desarrollo), sea su estremecedora conclusión en el capítulo “La llamada acumulación originaria” (tomo I, 1867, de El Capital).
Contra las idílicas explicaciones de la burguesía –dirá Marx–, aquélla no es más que el proceso histórico de separación y expropiación de los productores directos de sus medios de producción y de vida, ubicándolos en un polo como despojados de todo, salvo de su propia fuerza de trabajo, que deberán vender como obreros “libres” para no morirse de hambre. Y en el otro a los propietarios de los medios de producción expropiados, que explotan desenfrenadamente a los obreros asalariados. “En la historia real –denunciará– desempeñarán un gran papel la conquista, la esclavización, el robo y el asesinato, la violencia en una palabra”, aplicándose leyes “grotescamente terroristas”, que a fuerza de palos, marcas a fuego, tormentos, mutilaciones y horca, debían ir encajándolos, además, en el tipo de disciplina que exige el trabajo asalariado. “El recuerdo de esta cruzada de expropiación ha quedado inscrito en los anales de la historia con trazos indelebles de sangre y fuego”.
Y concluye Marx: “El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria”. Y agrega: “la esclavitud encubierta de los obreros asalariados de Europa exigía, como pedestal, la esclavitud sin máscara en el Nuevo Mundo… el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”. Y este aspecto del nacimiento y desarrollo capitalista se le olvida a la burguesía, que gusta recordar solamente el aspecto progresista revolucionario de su pasado antifeudal.

De la “época de la burguesía” a la “época del imperialismo y la revolución proletaria”

La época de la burguesía, a la que en 1848 en el Manifiesto Marx y Engels llaman “nuestra época”, se cerrará con la guerra franco-prusiana y la Comuna de París de 1871. Poco después, en el prefacio a la edición alemana de 1872, Marx y Engels sostendrán: “Aunque las condiciones hayan cambiado mucho en los últimos veinticinco años, los principios generales expuestos en este Manifiesto siguen siendo hoy, en su conjunto, enteramente acertados”.
Luego del período de transición en que se van conformando las características fundamentales de la fase monopólica del capitalismo, de su fase imperialista ya madura a inicios del siglo XX en que se iniciará su descomposición histórica, comenzará con la misma una nueva época revolucionaria en la historia de la humanidad: la época del imperialismo y la revolución proletaria. Una de las características más importantes que señala Lenin en esta fase, es la intensificación de la opresión nacional, de la feroz lucha de las potencias por aumentar su número de colonias y zonas de influencia, destacando que frente a la penetración del capital extranjero, a su dominación en general, la resistencia de los pueblos inevitablemente también se intensificará. En el Congreso de Stuttgart (1907) de la 2º Internacional, Lenin participará activamente con otros revolucionarios en la lucha contra las posiciones abierta o veladamente oportunistas de derecha que sobre el tema cobraban fuerza en la mayoría de las direcciones de los partidos de los países imperialistas, que con diversos argumentos, algunos pretendidamente “marxistas”, justificaban la opresión colonial.
En la fase imperialista se entrelazarán la lucha revolucionaria de la clase obrera con la de los pueblos y naciones oprimidos, como planteó Lenin. Además de su obra más conocida, El imperialismo, fase superior del capitalismo, hay que destacar sus numerosas publicaciones sobre el derecho a la autodeterminación nacional de los pueblos oprimidos, y sobre el papel que debe jugar la clase obrera de las potencias coloniales en apoyo activo a las luchas de liberación nacional de las colonias, en particular de las que dominan sus países. Esta posición dará lugar, poco después del 2º Congreso (1920) de la Internacional Comunista, donde la opresión nacional y colonial se debatió intensamente, al nacimiento de la consigna apoyada por Lenin: “Proletarios y pueblos oprimidos del mundo, uníos”, en la revista Pueblos de Oriente editada por la Internacional. Esta consigna será tomada por el 3º Congreso (1921) de la Internacional Comunista o 3º Internacional.
La teoría científica de la lucha de clases y de los objetivos revolucionarias del proletariado iniciada con el Manifiesto Comunista fue extraordinariamente enriquecida por la práctica revolucionaria de décadas en muchos países del mundo (con saltos cualitativos como la Comuna de París y la Revolución de 1905 en Rusia), orientada a la vez por la guía de la teoría revolucionaria marxista, que esa práctica permitía enriquecer. Además de por Marx y Engels, esta teoría fue desarrollada particularmente por Lenin y Mao Tse-tung, los líderes de las dos grandes revoluciones del siglo XX, dirigentes de los respectivos partidos comunistas que las dirigieron. Los triunfos de la Revolución Socialista de Octubre de 1917 en Rusia y de la Revolución de Nueva Democracia en octubre de 1949 en China –que en pocos años pasaría ininterrumpidamente a la construcción del socialismo– y también el de la Revolución Cubana y de otras revoluciones, probaron la justeza de la teoría revolucionaria. Y a la vez, la  experiencia viva, el desarrollo de estas revoluciones, enriquecieron la teoría.
La derrota de todas las revoluciones que se desarrollaron en la primera etapa (1917-1978) de la época del imperialismo y la revolución proletaria, no eliminó esta época, en la que visiblemente se vuelven a agudizar sus contradicciones fundamentales. Los marxistas concebimos dialécticamente la época revolucionaria. Un largo periodo con etapas revolucionarias, guerras, contrarrevoluciones y nuevas revoluciones, muy prolongado y tormentoso, hasta la eliminación de las clases sociales y de la explotación de unas por otras. Las bases fundamentales de este optimismo histórico fueron puestas por El Manifiesto Comunista, con el que se inicia el socialismo científico, fundado rigurosamente en el materialismo histórico, y todos sus desarrollos posteriores.





[1] El presente texto fue publicado en dos partes en el periódico Vamos por la liberación!, órgano del Comité de Reconstrucción del Comunismo Revolucionario; la primera en el N°23, del 5/3/2014, y la segunda en el N°24, del 18/03/2014. En ambos casos hubo algunos párrafos que debieron ser sacados para que las notas entraran en el periódico. En la segunda nota debió ser sacado todo el subtítulo: “El papel de las colonias en los orígenes y desarrollo del capitalismo”. Este texto faltante fue publicado en el N°25 del periódico, del 1/4/2014.
En esta publicación para internet, va el texto completo, revisado y en el orden original. Se realizaron mínimas correcciones de redacción.

[2] Algunos escritos de Marx y Engels sobre la dominación colonial en el capitalismo de libre concurrencia: Entre ellos podemos mencionar algunos escritos de uno, otro o ambos autores, publicados en el New York Daily Tribune (la fecha es la de su publicación): La revolución en China, 14/06/1853 (donde Marx estudia el origen y el desarrollo de la revolución de los taiping, 1851-1864, que seguirá atentamente); La India, 08/06/1853; El gobierno de la India, 20/07/1853; El problema de la India Oriental, 12/07/1853; La guerra en Birmania, 15/07/1853; La India, 19/07/1853; La guerra anglo-persa, 30/10/1856; El conflicto anglo-chino, 07/01/1857; La guerra contra Persia, 14/02/1857; Las crueldades inglesas en China, 31/03/1857; Servidumbre de los chinos, 10/04/1857; La nueva expedición inglesa a China, 17/04/1857; Persia y China, 05/06/1857; El tratado con Persia, 24/06/1857.
Otros a mencionar: La sublevación en el ejército indio, 15/07/1857; El problema de la India, 14/08/1857; “Afganistán”, artículo publicado en New American Cyclopaedia, 1858; La sublevación india, 29/08/57; Investigación sobre las torturas en la India, 17.09/1857; La rebelión india, 16/09/1857; Argelia, publicado en New American Cyclopaedia, 1858; Detalles del ataque a Lucknow (India), 25/05/1858; La anexión de Oudh (India), 28/05/1858; El ejército británico en la India, 25/06/1858; El gobierno británico y el tráfico de esclavos, 02/07/1858; Los impuestos en la India, 23/071858; Historia del tráfico de opio (en China), en dos partes, 20/09/1858 y 25/09/1858; El tratado anglo-chino, 05/10/1858; La expansión de Rusia en el Asia Central, 03/11/1858; Los éxitos de Rusia en el Lejano Oriente, 18/11/1858; El problema de las islas jónicas, 06/01/1859; La nueva guerra china (4 artículos publicados en: 27/09/1859, 1°, 10 y 18/10/1859; Cuba para el esclavista, 11/10/1861; El comercio británico de algodón, 14/10/1861; El gobierno británico y los prisioneros fenianos (sobre las feroces torturas a los presos irlandeses), 27/02/1870, en L’Internacional.