“Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”. Con estas palabras, millones de veces repetidas posteriormente no sólo en Europa sino en todos los continentes, comenzaba hace 166 años el Manifiesto Comunista, publicado el 21 de febrero de 1848. Carlos Marx y Federico Engels, sus redactores por encargo de la Liga de los Comunistas –organización clandestina en la que participaban y en la que se unían los primeros núcleos comunistas–, sostenían en su introducción: “ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio Partido”.
En el Manifiesto del Partido Comunista, documento fundacional del socialismo científico, se exponen por primera vez en sus aspectos fundamentales la concepción de la historia y la sociedad, el secreto de su movimiento, basado en las leyes objetivas más generales del desarrollo social desentrañadas por ambos revolucionarios, mediante la consecuente continuación, la extensión del materialismo dialéctico al dominio de los fenómenos sociales, el materialismo histórico. Frente a las diversas corrientes del idealismo filosófico que prevalecían ampliamente en el dominio de la Historia, y que entre numerosos errores no abarcaban sino que desdeñaban el papel de las acciones de las masas en el desarrollo histórico, así como frente a las inconsecuencias y la unilateralidad que caracterizaban al materialismo mecanicista; y frente a las diversas corrientes del socialismo utópico y del comunismo utópico que pululaban (algunas, verdaderas sectas de “curanderos sociales”), el proletariado revolucionario necesitaba desarrollar las luchas guiándose por una teoría revolucionaria científica que les permitiera orientarlas.
“Las tesis teóricas de los comunistas –dirá el Manifiesto– no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica peculiar y exclusiva del comunismo.
“Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos, continuas transformaciones históricas. La revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa. El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa. Pero la propiedad privada actual, la propiedad burguesa, es la última y más acabada expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros.”
El Manifiesto fue siendo publicado en diversas lenguas y se fue difundiendo por cientos de millares en el mundo. Fue precedido en numerosas ediciones por Prefacios de Marx y Engels (y luego de Engels, al morir Marx). En el Prefacio a la edición alemana de 1883 (poco después de la muerte de Marx), Engels resumió: “la idea fundamental de la que está penetrado todo el Manifiesto, a saber: que la producción económica y la estructura social que de ella se deriva necesariamente en cada época histórica, constituyen la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda la historia (desde la disolución del régimen primitivo de propiedad común de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clases”.
Lenin dirá, entre sus numerosos análisis sobre este documento fundacional: “El Manifiesto Comunista estableció la tesis fundamental del marxismo sobre la táctica de la lucha política: ‘Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero al mismo tiempo defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de este movimiento’. En nombre de ello, en 1848, Marx apoyó en Polonia al partido de la ‘revolución agraria’, es decir, al ‘partido que efectuó en 1846 la insurrección de Cracovia’”. Igualmente fueron apoyadas otras insurrecciones de liberación nacional, como la de Palermo en Italia, y otras que se desarrollaron en el mismo período.
Aunque apareció en febrero, el Manifiesto fue enviado para su publicación varias semanas antes de la Revolución de Febrero de 1848 en Francia, y de otras revoluciones burguesas posteriores, así como de insurrecciones nacionales contra la dominación de diversos imperios feudales. La de Francia tuvo como protagonista principal al proletariado de París y sus barricadas, exigiendo una República “Social”, con reivindicaciones propias como la formación de Talleres nacionales que eliminaran la terrible desocupación. Burladas sus reivindicaciones y eliminado del Gobierno Provisional, el proletariado en masa protagonizó jornadas heroicas de lucha cada vez más decidida y violenta, como respuesta a esa burla y a la represión, hasta que fue derrotado por la burguesía en la masacre de junio. Todo el proceso de la revolución y esta derrota final lo clarificaron dolorosamente sobre su verdadera situación frente a la burguesía, lo que le permitiría avanzar en relación a sus objetivos independientes de clase inmediatos e históricos. Todas las revoluciones fueron traicionadas o derrotadas, al igual que las insurrecciones nacionales.
Marx analizó detalladamente la revolución de 1848-1850 en La Lucha de clases en Francia y en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, sacando importantes conclusiones. Dirá en el inicio de La lucha de clases en Francia: “Exceptuando unos pocos capítulos, todos los apartados importantes de los anales de la revolución de 1848 a 1849 llevan el epígrafe de ¡Derrota de la revolución!
“Pero lo que sucumbía en estas derrotas no era la revolución. Eran los tradicionales apéndices prerrevolucionarios, las supervivencias resultantes de relaciones sociales que aún no se habían agudizado lo bastante para tomar una forma bien precisa de contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos, de los que no estaba libre el partido revolucionario antes de la revolución de Febrero y de los que no podía liberarlo la victoria de Febrero, sino sólo una serie de derrotas.
“En una palabra -concluirá Marx- el programa revolucionario no se abrió paso con sus conquistas directas tragicómicas, sino por el contrario engendrando una contrarrevolución cerrada y potente, engendrando un adversario contra el cual el partido de la subversión maduró, convirtiéndose en un partido verdaderamente revolucionario.”
Internacionalismo y forma nacional de las luchas proletarias
En el Manifiesto, en polémica con los ataques y acusaciones de que son objeto las supuestas ideas de los comunistas, se analizan, críticamente, temas como la familia burguesa, el matrimonio burgués, la situación de la mujer y del niño en el capitalismo, la prostitución oficial y privada, la educación burguesa y otros. Y frente a la acusación de que los comunistas quieren abolir la patria, la nacionalidad, el Manifiesto enfatiza el carácter internacional de la lucha proletaria, de la lucha de los explotados, de quienes no poseen medios de producción en su poder para explotar a otros hombres, quienes deben hermanarse, apoyarse solidariamente para poder triunfar. Al tiempo que señala: “Más, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués”. Y antes: “Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía”.
La concepción internacionalista proletaria, que propugna la necesidad de la unión del proletariado de todos los países, así como de sus luchas, se sintetiza en la consigna con que finaliza el Manifiesto Comunista: “Proletarios de todos los países, uníos”.
La época de la burguesía, a la que Marx y Engels llaman “nuestra época” en el Manifiesto Comunista de 1848, se cerrará con la guerra franco-prusiana y la Comuna de París de 1871. Luego de un período de transición -en que se irán conformando las características fundamentales de la fase monopólica del capitalismo, de su fase imperialista, ya madura a inicios del siglo XX- comenzará una nueva época en la historia de la humanidad: la época del imperialismo y la revolución proletaria. En ella se entrelazarán la lucha revolucionaria de la clase obrera con la de los pueblos y naciones oprimidos. Ya en 1921 en esta nueva época, la 3º Internacional tomó como consigna general “Proletarios y pueblos oprimidos del mundo, uníos”.
La teoría científica de la lucha de clases y de los objetivos revolucionarias del proletariado iniciada con el Manifiesto Comunista fue extraordinariamente enriquecida por la práctica revolucionaria de décadas en muchos países del mundo, como abordaremos en la segunda nota.