martes, 4 de agosto de 2015

Brasil, el socio (que nos pone) en apuros

[Vamos! Nº 57]  Coimas, lavado de dinero, crisis económica y conmoción política.  











En Brasil las aguas se están poniendo barrosas. La crisis económica se acentúa y se entrama con la crisis política. Y la política está al rojo: la indignación popular se mezcla con la operatoria de los partidos oligárquicos “tradicionales” alrededor de la interminable serie de casos de “corrupción” que involucran a múltiples sectores de la oligarquía terrateniente y empresarial brasileña, y en primer lugar al gobernante Partido de los Trabajadores (PT).

Tratándose –junto con China, cuya economía también está en dificultades– de uno de los principales socios económicos de la Argentina, su marcha inevitablemente tiene y tendrá repercusiones en la situación interna de nuestro país.

¿Qué “corrupción”?

Como se sabe, en la época del imperialismo tanto en las grandes potencias como en los países dependientes la llamada “corrupción” no es “una manzana podrida en un cajón de manzanas sanas”, sino un mecanismo fundamental de acumulación de los monopolios, que consiguen negocios y toda clase de privilegios a través de intermediarios y socios dentro del Estado y coimeando a ministros, parlamentarios, jueces, dirigentes partidarios, candidatos, jefes militares, etc.

La política brasileña y regional sigue sacudida por el escándalo llamado “Lava Jato” (lava-autos), una red de concesiones del gobierno, coimas y lavado de dinero vinculados a la realización de obras públicas, que embarra y saca a la luz las conexiones de dirigentes del gobierno (oficialistas y aliados), parlamentarios y empresarios con negocios por miles de millones de dólares a costa del Estado y del pueblo brasileño. Lula puede ir a parar a la cárcel; su heredera Dilma Rousseff podría ser destituida y su popularidad está por el piso; una larga lista de poderosos empresarios –entre ellos los directivos de las gigantescas constructoras Odebrecht, Camargo Correa y Andrade Gutierres– ya está tras las rejas; y unos cuantos gobernadores alineados en el “progresista” Foro de Sao Paulo esperan nerviosos a ver si se descubren sus chanchullos millonarios.

La “construcción” de poder de los neodesarrollismos latinoamericanos

Odebrecht, la constructora más grande de América Latina, es una de las veinte grandes corporaciones implicadas en corrupción y “tráfico de influencias” que desde hace más de un año se investigan en vinculación con la petrolera estatal Petrobras. Esas empresas obtenían contratos con Petrobras –coimas millonarias mediante–, inflaban los costos, y se repartían las diferencias con políticos, parlamentarios y ex directivos de la empresa estatal. Los políticos implicados recorren todos los días los pasillos de la Casa de Gobierno y del Parlamento: los presidentes de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, y del Senado, Renan Calheiros; Joao Vaccari, ex tesorero del PT, que está preso. Serían cómplices Michel Temer, el vicepresidente de Dilma, dirigente del aliado Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB); Eduardo Cunha, presidente de la Cámara de Diputados; Geraldo Alckmin, gobernador del estado de Sao Paulo, y Fernando Pimentel, gobernador de Minas Gerais. Y se sospechan las casi obvias participaciones de Lula y Dilma.

Se acusa a las empresas constructoras de haber formado una “asociación ilícita” para conseguir contratos de obras públicas en Brasil y en otros países de América Latina. Por el caso fueron detenidos los más altos ejecutivos del grupo Camargo Correa, Odebrecht y otras corporaciones. Dados sus estrechos vínculos con Lula, Dilma y otros dirigentes del PT y del gobierno –y obviamente con las esferas judiciales– está por verse si la “igualdad ante la ley” los iguala, por ejemplo, con los millones de campesinos que desde que Lula llegó a la presidencia siguen ocupando latifundios en reclamo de reforma agraria y siendo asesinados por las bandas armadas de los terratenientes sojeros sin que a ningún juez se le mueva un pelo.

Además, las constructoras brasileñas son el mascarón de proa de la influencia regional de Brasil, que a pesar de ser miembro del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) compiten con rivales chinos (y también europeos) para conseguir megaproyectos de construcción en América Latina. Odebrecht construyó el 70% de las obras de empresas brasileñas en el exterior, entre ellas el puerto de Mariel en Cuba, un subterráneo en Venezuela, y hasta un Cristo de 37 metros en la costa de Perú.

“Tendrán que construir tres celdas: para mí, Lula y Dilma”, dijo Emilio Odebrecht –llamado el “príncipe de los negocios“–, cuando la policía se llevaba esposado a su hijo Marcelo, presidente de la compañía. La empresa Odebrecht financió viajes de Lula a países como Panamá, Venezuela, República Dominicana y otros, donde después la corporación obtuvo jugosos contratos. Los ejecutivos de esa y otras empresas, además, pagaron sobornos a directivos de la estatal Petrobras –a esas maniobras se las conoce como el “petrolão”– para asegurarse contratos millonarios. También estarían implicados en negocios fraudulentos el Banco Nacional de Desarrollo (el poderoso BNDES), en proyectos vinculados a la construcción del Puerto Mariel en Cuba y otros con el gobierno de Angola. Del BNDES Odebrecht habría recibido créditos por cerca de 4.000 millones de dólares (!) para obras en Brasil, Argentina, Estados Unidos, Japón, Uruguay, Paraguay, Chile, Colombia, Bolivia, Panamá y Ecuador.

En Ecuador son innumerables los “contratos” del mismo tipo con Odebrecht aprobados –siempre a costa del Estado– por el gobierno de Rafael Correa.

En la Argentina, el gobierno de Néstor Kirchner y en particular al ministro de Planificación Julio De Vido avalaron en 2007 una obra concedida a Odebrecht que, presupuestada por las empresas TGN y TGS (Transportadora de Gas del Norte y del Sur) en 1.600 millones de dólares, pasó a costar más del doble; y otro contrato de Odebrecht con las compañías Cammesa y Albanesi por 1.800 millones de dólares, cuando el precio estipulado por Enargas era de 1.300 millones, 500 millones menos que lo aprobado.

El método de acumulación de los monopolios brasileños se parece como dos gotas de agua al de los grupos constructores de la Argentina como Electroingeniería (de Gerardo Ferreyra) y otros, convertidos en grandes monopolios locales gracias a los millonarios contratos kirchneristas de obra pública conseguidos gracias a los K y al ministro De Vido, casualmente amigo personal de Ferreyra... Durante la era kirchnerista Electroingeniería construyó más de la mitad del tendido eléctrico nacional, compró parte de la transportadora eléctrica Transener e hizo la central nuclear Atucha II por más de 30.000 millones de pesos, y extendió sus negocios a los medios de comunicación y a países de la región como Uruguay, Perú y Venezuela.

Brasil, un hervidero

La indignación popular vuelve a hervir en Brasil. Hay que recordar las multitudinarias marchas y cacerolazos de marzo en San Pablo y en muchas otras ciudades como la capital Brasilia, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Salvador, Recife, Fortaleza y Porto Alegre, en protesta por la crisis económica y pidiendo juicio político a la presidenta Dilma Rousseff por el escándalo de desvío de fondos en la petrolera estatal Petrobras.

Por entonces, aunque predominaron sectores de capas medias, la protesta popular fue de hecho continuidad de las impresionantes manifestaciones de junio de 2013, cuando millones en todo el Brasil se volcaron a las calles contra el aumento de la tarifa del transporte y contra los faraónicos gastos del gobierno de Dilma en el Mundial de Fútbol 2014, contra la masiva corrupción en el gobierno y en el PT, y en reclamo de más presupuesto para la educación y la salud públicas.