El titular del Sedronar, padre Juan Carlos Molina, se manifestó por la despenalización (o no criminalización) de los consumidores, cuestión que acordamos. Pero agregó: “Yo habilitaría el consumo de todo” (en declaraciones radiales el domingo 28/9). Con esta somera frase dejó traslucir la verdadera política oficial para las drogas. Según esto la función del Estado debería ser garantizar la “libertad” (individual) de, por ejemplo, envenenarse con paco. Este enfoque no pone el centro en combatir la droga sino que naturaliza, aún más, el consumo. Porque, por ejemplo, la legalidad del alcohol por sí misma claramente no ha resuelto el alcoholismo.
Tal es la importancia que el Gobierno le da a este tema que fue una de las cuestiones mencionadas en la charla de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner con el buitre húngaro-estadounidense George Soros en Nueva York. Soros la felicitó por la designación de Molina en el Sedronar. También es público el apoyo de Soros a la implementación de la legalización de la marihuana en Uruguay (a través de una ONG). Evidentemente, Soros está muy interesado en este negocio.
Como para no dejar dudas en la posición oficial, el propio secretario de Seguridad Sergio Berni también afirmó que habría que regular la droga desde la producción. “Hay que discutir una nueva forma de regular no sólo el consumo sino la cadena de producción y las comercialización de las drogas. De todas las drogas.” Y agregó: “No entiendo por qué unas sí y otras no, si los efectos psicoactivos son exactamente iguales”. Lo que sinceró es que su propuesta es lisa y llanamente legalizar no sólo el consumo sino también la producción de todas las drogas.
No sólo son frases, sino que el propio Estado es responsable de la masificación de las drogas en las últimas décadas. Esto incluye a las policías, la Gendarmería y también el Poder Judicial, como se puso de manifiesto en el caso del juez santafecino Juan Carlos Vienna, fotografiado de vacaciones con el padre de un narco. Así se explica el descomunal crecimiento del narcotráfico. Hoy la masificación del paco, elaborado con los desperdicios de la cocaína, muestra hasta qué punto Argentina pasó a ser no sólo consumidora masiva sino también productora (y exportadora, con ingresos que cada tanto se “blanquean”). Por otro lado, quién si no el Estado es responsable por la importación descontrolada de efedrina, sustancia utilizada en la elaboración de las drogas sintéticas.
Hay distintos tipos de drogas, cada una destinada a determinado sector social y con distintas funciones. Pero más que llevarnos hacia la “libertad”, generan más alienación. En una Argentina donde alrededor de un millón de jóvenes no estudian ni trabajan, donde el sistema no les ofrece ningún otro futuro ni la “libertad” de estudiar, trabajar, ni gozar de una vivienda o un sistema de salud, las drogas son un instrumento que promueven las clases dominantes para anesteciar la rebeldía, para tolerar o evadir subjetivamente (pero no realmente) la opresión y explotación, que se agudizan con la crisis.
Entonces no son casuales las frases de Molina, Berni y Soros. Pero para cambiar esta sociedad necesitamos luchar por la liberación.