miércoles, 15 de abril de 2015

¿Qué hay detrás del acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán?

[Exclusivo Internet]  Obama avanza en acuerdos distensionistas con Irán y Cuba. Son parte de proyectos estratégicos para reafirmar su hegemonía mundial.



Preocupados por los retrocesos relativos que sufren desde hace una década en distintas regiones del mundo, los imperialistas yanquis vienen ajustando su dispositivo estratégico a escala mundial y regional. Obama y su ex secretaria de Estado Hilary Clinton ya habían desplazado el eje estratégico norteamericano desde el Medio Oriente hacia el Lejano Oriente, iniciando formalmente la construcción de un cerco de posiciones y alianzas políticas y militares alrededor de China y Rusia. Ahora la política “distensionista” de Obama y del secretario de Estado Kelly hacia Irán pretende reforzar esa perspectiva (del mismo modo que el acuerdo con Cuba aspira a revertir el retroceso yanqui en América latina a manos de sus rivales de Beijing y Moscú).
El plan estadounidense y europeo de doblegar con sanciones el nacionalismo de Irán y la férrea decisión de ese país de mantener y avanzar en su plan de energía nuclear, fracasó. Washington viene desde hace un par de años negociando en secreto con Teherán una especie de tregua regional, siempre batiendo el parche sobre el “riesgo” de que Irán se convierta en un Estado “terrorista” con armas nucleares y tratando, obviamente, de disimular que desde la revolución de 1979 encabezada por Jomeini −que derrocó al proyanqui Sha Reza Pahlevi− Teherán se limitó a la investigación nuclear para usos civiles; que el principal estado terrorista con armas nucleares han sido y son los propios Estados Unidos (el único país del mundo que usó la bomba atómica y provocó verdaderos genocidios en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945); y que el otro gran peligro nuclear en el Oriente medio es Israel, país colonialista, provisto y armado por los imperialistas yanquis e ingleses.

Petróleo, energía nuclear y escenario estratégico
Después de largas y ríspidas negociaciones, a fines de marzo el gobierno de Obama anunció el logro de un pre-acuerdo bilateral sobre el programa nuclear de Teherán, y se hizo público un acuerdo-marco en la ciudad suiza de Lausana, corolario de las negociaciones multilaterales entre Teherán y el Grupo 5+1 (los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU −Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido− más Alemania).
Irán, asentado sobre las mayores reservas de petróleo y gas natural del mundo, tiene su economía asfixiada por el bloqueo económico y monetario de los imperialistas yanquis y europeos. A mediados de 2013 ganó allí la presidencia el jeque Hassan Rohani, representativo de un sector de la dirigencia iraní más conciliadora con EEUU e Israel.
Estados Unidos, para concretar el desplazamiento de su eje estratégico desde el Medio Oriente hacia el Pacífico oriental, necesita asegurarse que los iraníes no aprovechen el relajamiento en su área para extender su influencia en Asia. Por eso Washignton ablandó la mano sobre Teherán, y dio instrucciones a sus aliados sauditas para que también bajen el tono en su confrontación regional con los iraníes. De fondo, las armas nucleares nunca fueron la principal preocupación de Estados Unidos: Washington siempre usó ese pretexto para contener “geopolíticamente” a Irán y justificar la implementación de un destructivo bloqueo económico y monetario, que afecta particularmente las exportaciones petroleras de Teherán y le dificulta obtener recursos para sus importaciones alimentarias.
La política distensionista de Obama se enfrenta con la cerril oposición de los republicanos en el Congreso, que creen que el acuerdo diplomático aceitará el camino a que Irán se convierta en un “peligro nuclear”. Pero Obama subrayó que la alternativa militar –por ejemplo bombardear las instalaciones nucleares de Irán− daría paso a un conflicto de final absolutamente impredecible: los yanquis saben muy bien que desde el punto de vista militar Irán no es Irak… Además, como en un reportaje resumió cínicamente el propio Obama, “el presupuesto de defensa de Irán es de 30.000 millones de dólares mientras que el nuestro bordea los 600.000 millones… Nuestra ‘doctrina’ es sencilla: nos comprometemos, pero sin perder ninguna de nuestras capacidades”. Lo que significa: firmamos un acuerdo y nos presentamos como “mensajeros de la paz”, pero siempre podremos recurrir a la agresión armada...
Además la Casa Blanca debió tomar nota del avance de la influencia de Irán –a través de alianzas con los gobiernos, o de movimientos afines como Hezbolá− en los conflictos de Siria, Irak, Palestina y Líbano; pero así y todo prefiere cristalizar ese nuevo statu quo si logra que Teherán renuncie a seguir expandiendo su influencia en esa región estratégica, principal reservorio petrolero del mundo. Washington, en los hechos, promueve un “reparto” del Medio Oriente entre Arabia Saudita −su aliado histórico− e Irán, para liberarse las manos y poder desplazar recursos y tropas de esa región a Oriente: incluso daría luz verde a que el conflicto entre palestinos e israelíes se resolviera por la vía históricamente reclamada por los árabes de la creación de un estado palestino.
Pero el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu reafirmó que Israel nunca reconocerá un Estado palestino y, erigiéndose en paladín de la “existencia” del estado de Israel, logró recientemente ser reelecto. Netanyahu hizo y hace todo lo posible por sabotear el plan yanqui, apoyándose también en su alianza con los sauditas. Por eso, aunque se han ahondado las diferencias de Obama con la dirigencia sionista de Israel encarnada en Netanyahu, el presidente yanqui –con un ojo puesto en el peso de la colectividad judía en la interna electoral norteamericana− ofreció su compromiso de que Israel conservará su ventaja militar sobre los países árabes. Sin embargo, es previsible que ahora Netanyahu, afirmado, “bombardee” el plan estadounidense con toda clase de provocaciones para impedir la firma del acuerdo nuclear con Irán prevista para el 30 de junio.

Guerra en Yemen
La línea divisoria Irán-Arabia Saudita facilitó y acentuó la utilización de la larga ristra de conflictos en Medio Oriente como una puja religiosa entre musulmanes chiitas y sunitas, lo que emergió abruptamente en la guerra que tiene lugar en Yemen. La rebelión de los huti (chiítas) apoyados por Irán, sirvió como pretexto para la creación de una coalición militar de países árabes anti-Irán, una especie de OTAN regional liderada por los sauditas, aliada a Israel y respaldada por Washington.
En los últimos años, los imperialistas yanquis e ingleses respaldaron alternativamente a uno u otro bando. Pero ahora decidieron usar a fondo el conflicto para propulsar su propio plan estratégico para la región. La coalición árabe, con armas yanquis, desencadenó un operativo de bombardeos sistemáticos sobre la capital Saná, la ciudad portuaria de Adén y otras; pero las miliicias hutíes llegaron a controlar la mayor parte de ese estratégico país de la península arábiga, y el presidente proyanqui Hadi debió huir y refugiarse en la vecina Arabia Saudita. Los sauditas argumentaron que se trataba de un golpe de Estado y resucitaron su viejo objetivo de anexarse Yemen, al tiempo que daban luz verde a la publicación del acuerdo entre Irán y los 5+1, a concretarse a fines de junio y por 10 años.
La bota yanqui indirectamente puesta en el Oriente Medio encendió luces rojas en el polo que van conformando sus rivales rusos y chinos. Moscú concluyó un acuerdo con Siria para desarrollar el puerto militar mediterráneo de Tartús (centro de Siria, próximo a la frontera con el Líbano).
Beijing también tomó nota. El apoyo estadounidense a la coalición militar árabe y el pacto con Irán afirman la presencia yanqui en su flanco izquierdo y aproximan el cerco norteamericano a China (el Pentágono ya proyecta construir la mayor base militar yanqui del mundo en Brunei –Indonesia, en el conflictivo Mar del Sur de China−).
Irán es el tercer proveedor de petróleo a Beijing (le vende casi el 12% de su consumo anual). Por eso China siguió comprando a Irán incluso tras la imposición de las sanciones por las Naciones Unidas en 2010. Y eso explica la visita del ministro de Petróleo iraní a China apenas se esbozó el acuerdo entre Teherán y las potencias; el objetivo de Teherán es atraer inversores chinos a su industria petrolera y petroquímica para revertir los duros efectos de las sanciones económicas. China ya tiene en Irán varios grandes proyectos petroleros. En 2014 el comercio entre los dos países superó los 50.000 millones de dólares. Irán, además, tiene status de “observador” en la Organización de Cooperación de Shanghai que lidera China y de la que son parte Rusia y otras cuatro repúblicas centroasiáticas de la ex URSS.
Los yanquis recalcan que, aún cuando se firmara el acuerdo definitivo, el levantamiento de las sanciones a Irán sería gradual. Irán afirma que si no se firma el fin de las sanciones no habrá acuerdo. El 30 de junio parece todavía lejos.
Los imperialismos reacomodan y delinean sus alianzas en el mundo del siglo XXI. Guerra y acuerdos son dos caras complementarias de la política imperialista. El alerta y la lucha contra los repartos y contra la guerra imperialista son la agenda de los pueblos.