En nuestro país, la clase obrera sufre el entrelazamiento de la explotación de clase con la opresión nacional. En los casos de Lear y Donnelley, monopolios de capitales imperialistas norteamericanos, la lucha de los trabajadores choca cara a cara con esa burguesía imperialista. Para avanzar con los despidos y atacar a la Comisión Interna combativa, Lear ha recurrido a la importación de mazos de cables cuando deberían fabricarse acá. Puede importar desde otras filiales este producto porque es un monopolio yanqui con fábricas en 36 países y porque el Gobierno nacional lo permite, como una muestra más del carácter oligárquico-imperialista de este Estado. Ésta es una de las denuncias que vienen haciendo justamente los trabajadores despedidos.
En el caso de Emfer, los trabajadores enfrentan tanto el vaciamiento de la empresa por parte de Cirigliano –empresario implicado en la masacre de Once– como a la política del Gobierno, que importa las formaciones de China. Por eso los trabajadores, junto con su reclamo salarial y laboral, plantean la necesidad de la estatización con control obrero para avanzar en un desarrollo nacional independiente de la industria ferroviaria. También los trabajadores del Sarmiento sostienen la reestatización del ferrocarril como parte de sus reivindicaciones.
De este modo, las luchas obreras chocan objetivamente tanto con la explotación como con la dependencia y la opresión imperialista, y muestran su contenido nacional. Y ponen de manifiesto el carácter imperialista de la patronal que se está enfrentando en el caso de los monopolios directamente extranjeros, así como los múltiples mecanismos a través de los cuales nuestro país sufre la opresión imperialista: el grado de control de los monopolios extranjeros y sus socios sobre nuestra economía, las presiones de los estados imperialistas, los instrumentos de la dependencia, etc. También ponen en evidencia el rol de gobiernos como el kirchnerista que sostienen esta dependencia y de los jerarcas sindicales traidores que actúan como garantes de los acuerdos entre gobiernos y monopolios.
Entonces el desarrollo de un programa antiimperialista es una necesidad objetiva de la clase obrera argentina. Y desde ese programa puede construirse el frente único antiimperialista de todos los sectores populares, que tiene al proletariado en la primera línea del combate y como fuerza dirigente. Porque a la clase obrera no le alcanza con pelear por sus reivindicaciones inmediatas, sino que precisa llevar a cabo una lucha revolucionaria por el poder, para lo que necesita además construir su partido de vanguardia.
A partir de la entrada del sistema capitalista en su fase imperialista a fines del siglo XIX, Lenin analizó la necesidad de que la lucha de la clase obrera por su emancipación debe unirse a la lucha de los pueblos y nacionales oprimidos. De este análisis el 3º Congreso (1921) de la Internacional Comunista tomó la consigna: “Proletarios y pueblos oprimidos del mundo, uníos”. Es decir, en esta nueva época del imperialismo y la revolución proletaria –tal como la definió Lenin–, la clase obrera de los países oprimidos necesita encabezar la lucha antiimperialista, uniendo y dirigiendo a todos los sectores populares en un proceso revolucionario de liberación nacional y social en marcha al socialismo.
En nuestro país es necesaria una revolución con un programa plantee la expropiación de los monopolios y la nacionalización de los recursos estratégicos, la banca y el comercio exterior, un desarrollo industrial independiente, una reforma agraria, la creación de una junta nacional de granos y de carnes y otras medidas de contenido popular y antiimperialista, como primera etapa en el camino hacia una sociedad socialista. Una revolución que haga propias las reivindicaciones de todas las clases y sectores populares interesados objetivamente en la liberación nacional y social, y que será posible con la hegemonía de la clase obrera y su Partido.