La experiencia nos ha demostrado que fuera de la lucha de clases y del funcionamiento de la célula no hay política de reclutamiento ni de asimilación permanente y sistemática. Porque para cosechar hay que sembrar y sólo es la célula quien está en condiciones de integrar la línea a la realidad particular, de impulsar, orientar y dirigir las luchas de masas. Esa ha sido nuestra experiencia desde la fundación del partido.
Reclutar colectiva e individualmente requiere política y arraigo, requiere influencia y organiza¬ción, y sobre todo en los actuales momentos requiere conciencia de que es necesario crecer, mejorar nuestra organización, extenderla a todo el país y principalmente crecer en los lugares decisivos.
Pero si bien es cierto que fuera de la lucha de clases y sin célula no hay política de crecimiento permanente y sistemático, también es cierto que en la actualidad, sin reclutar estamos trabados en muchos lugares para desarrollar y organizar nuevas células y avanzar en el movimiento de masas.
Hay una gran cantidad de compañeros en condiciones de afiliarse e integrar una célula. Y si esto no ocurre es porque existen trabas en nosotros que debemos analizar crítica y autocríticamente. Trabas políticas generales desde ya, pero también concepciones específicas teórico-políticas y de estilo que menosprecian el papel de la organización de las masas y del propio Partido. Concepciones que consideran que la revolución puede ser obra de un grupo selecto, sectario, que obre a nombre y cuenta de las masas. De fondo, aunque no se diga, se desconfía de las posibilidades de las masas y del partido. O se considera el triunfo revolucionario marginado de una larga y difícil tarea de preparación capaz de aprovechar el período o momento nacional e internacional apropiado. Por lo que se piensa, y sobre todo se practica, una línea organizativa de “pocos, pero buenos”.
Es cierto que las grandes masas salen al combate y se organizan por millones en momentos revolucionarios. También es una verdad, como señalaba Lenin, que sería una ingenuidad creer que en una sociedad de clase la gran mayoría llegará a tener una conciencia marxista e integrará la vanguardia. Sencillamente porque sería desconocer la existencia y acción del Estado enemigo y la fuerza de la ideología dominante. Pero eso no significa que la vanguardia, o sea la minoría consciente, no sea de masas. Significa una vanguardia organizada en todo el país y con bastiones en las 50 grandes empresas. Con una relación múltiple, estrecha y sólida con millones y con sus organizaciones sociales y políticas.
Y decimos esto porque existe una idea muy generalizada en algunos regionales de unilateralizar la relación de “el partido y la masa”, “nuestra organización y la masa”. Esa es una visión idealista de la realidad. A veces nosotros hablamos de la masa obrera en general, y es cierto que en última instancia hay una resultante política de lo que opinan las grandes masas. Pero hay que tener en cuenta que “la masa”, como muchas veces se entiende este concepto, no existe. Hay masas peronistas, radicales, socialistas, comunistas revolucionarias, del MAS, sin partido, etc., etc. Y hay masas de obreros ocupados y desocupados, masas de obreros ocupados y contratados, masas de obreros jóvenes, intermedios y veteranos, masas de obreros ocupados sindicalizados y no sindicalizados, con organiza¬ción de cuerpo de delegados y sin él, etc. Así como políticamente hay por lo general también tres grandes sectores: el sector avanzado, el intermedio y el atrasado. Las innumerables organizaciones que existen en las masas ni han vivido, ni viven, ni existen por nosotros. Nosotros sí pretendemos orientarlas, dirigirlas, unirlas, y lograr que crezcan esas organizaciones, para lo cual necesitamos una línea justa, estrechos vínculos con las masas, actuar dentro de ellas, y un fuerte partido para poder triunfar ante un enemigo muy poderoso y experimentado. Un partido que sepa trabajar entre las masas y también en el seno del enemigo.
El sectarismo es una expresión en el plano organizativo de concepciones filosóficas dogmáticas y subjetivas, que disocian la teoría de la práctica; en la relación del partido con las masas y en las propias relaciones internas. Por eso quienes tienen esas ideas, así como no confían, ni unen, ni organizan a las masas, tampoco lo hacen en el partido con los afiliados. Como se dice comúnmente en el partido, no ponen un ladrillo arriba del otro ni por casualidad. A cada uno le ven siempre primero lo que le falta y no su lado fuerte, aquél cuyo desarrollo le creará a su vez mejores condiciones para corregir sus defectos.
Existen también concepciones que consideran que la sola lucha reivindicativa, reformista, en el plano económico y político llevará a las masas a nuestra línea, a nuestras concepciones, a nuestros criterios organizativos. En algunos lugares tenemos innumerables relaciones, un gran prestigio, dirigimos en los momentos álgidos, pero no vamos a fondo con nuestra línea revolucionaria, se ensalza la sola relación personal, se subestima el trabajo con el periódico y vamos también por esta vía al aislamiento. Al aislamiento de nuestra línea en el seno de las masas. Por eso es que tampoco con esta práctica crecemos de acuerdo a nuestras posibilidades.
Estas concepciones espontaneístas también subestiman profundamente a las masas, pues des¬creen que éstas puedan llegar a comprender y tomar en sus manos nuestro pensamiento y nuestra organización. En los hechos consideran la autoliberación de las masas sin la acción política, teórica y práctica de la vanguardia organizada. Subestiman profundamente al Estado y desprecian todo lo que no esté directamente relacionado al movimiento reivindicativo de masas. Simplifican esquemáticamente así y confunden práctica política revolucionaria con sólo lucha reivindicativa, línea de masas con lucha de masas sin partido, y acción revolucionaria con sólo agitación; la mayor parte de las veces desligada de la propia experiencia de las masas. De esta forma nos deslizamos hacia una política de cuadros incorrecta presidida por lo general por la urgencia de “sacar” tareas inmediatas, enfocada unilateralmente para resolver problemas coyunturales. Lo que trae aparejado luego muchos problemas y heridas difíciles de cerrar. Claro es que con estas concepciones que alimenta teóricamente el revisionismo, dedicar una tarde a reclutar a un compañero se asemeja más a la labor de un reformista jubilado que a la acción de un verdadero comunista revolucionario. Y la lucha por reunir a una célula, y la propia reunión de la célula, se entiende como algo muy secundario.
Todas estas concepciones nos llevan a una labor signada por una gran superficialidad. Superficialidad en el conocimiento de la realidad, en la integración de nuestra línea y en el conocimiento de los cuadros, porque subestiman al obrero sencillo y al hombre común, a los afiliados y a la organización. Entienden la acción organizada como una suma de individualidades y no como la acción compenetrada, con división de trabajo y por ello potenciada, de muchos. Estas ideas son expresión, en materia de organización, de concepciones filosóficas también subjetivistas, que disocian la práctica de la teoría, ajenas al marxismo y al proletariado. Pues toda la vida de los trabajadores, la brutal explotación colectiva a la que son sometidos, es fuente de un espíritu de solidaridad, de disciplina y organización; es fuente de una ideología que hace de la necesidad y fuerza de la organización un arma invalorable para la acción. Como señalaba Lenin, existe una gran diferencia en lo que significa la fábrica como “instrumento de explotación (disciplina basada en el miedo a morirse de hambre) y la fábrica como factor de organización (disciplina basada en el trabajo en común, unificado bajo condiciones de una producción altamente desarrollada, desde el punto de vista técnico)” (*).
Por eso estas concepciones sectarias y seguidistas son diversas variantes de oportunismo de izquierda y de derecha en materia de organización y una traba para el avance de nuestra línea político-ideológica y para el fortalecimiento y desarrollo de las células y el Partido. Y hoy día una traba concreta para reclutar y asimilar, para desarrollar y organizar nuevas células.
(*) V.I. Lenin, “Un paso adelante, dos pasos atrás”, en Obras Completas Cartago, Tomo VII.