[Vamos! Nº 62] La corrupción al desnudo.
Las elecciones no sólo han revitalizado la exposición de los casos Boudou y Hotesur, ampliamente difundidos desde Clarín y La Nación, sino que también han salido a la luz casos como el de Niembro, difundidos desde Página/12. La novedad no es la corrupción de funcionarios y candidatos, sino la forma obscena con que se han sacado los trapitos al sol.
Oficialistas u opositores, evidentemente la corrupción no los distingue. Como así tampoco los distingue el hecho de que ningún presidenciable denuncia el ajuste que se viene tras la elección. Porque, ya sea Scioli, Macri o Massa, está en sus planes llevarlo adelante, aunque sea con distintas formas. Ya ni siquiera los distingue la posición frente a los buitres financieros: todos plantean que se debe buscar un acuerdo, sí o sí.
Resulta que los hechos de corrupción no son casos aislados. Son parte de un modus operandi propio de este Estado: en la Nación, en las provincias y en cada municipio. Otro caso, poco difundido en los medios masivos –pero no por eso menos escandaloso– es el robo de tierras vacantes por parte del presidente del Concejo Deliberante de Tandil, denunciado en la Justicia. La corrupción es, en definitiva, el “premio” para los funcionarios públicos por sus “servicios prestados” a las clases dominantes. De paso, con estos “privilegios” separan a los gobernantes del sufrimiento cotidiano del pueblo. ¿Qué puede saber el “metalúrgico” Caló de lo que significa vivir con 8.000 pesos al mes?
Esto no es nuevo ni exclusivo de la Argentina. Hace ya más de un siglo, Federico Engels señalaba que en el Estado moderno “la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero por ello mismo de un modo más seguro. De una parte, bajo la forma de corrupción directa de los funcionarios, de lo cual es América [por EEUU] un modelo clásico…” (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884). Por eso vemos también los casos de Brasil; en los países imperialistas como EEUU o China; y también los Berlusconis en los países europeos. La corrupción evidencia qué tan lejos están del interés colectivo estos gobernantes y este Estado, porque va de la mano de la asociación de estos funcionarios con las clases dominantes y con determinados imperialismos (en los países dependientes como el nuestro). ¿Cuánto fue por ejemplo la “comisión” por la millonaria importación de trenes desde China? ¿Y por los subtes usados desde España?
Entonces, la corrupción dejará de ser noticia cuando podamos abrir el camino de la liberación nacional y social. Y cuando impongamos un Estado de nueva democracia, de las clases populares, sin privilegios a los funcionarios.