Siria es ya la principal “zona caliente” del planeta. Lo que en marzo de 2011 empezó como una confrontación política sobre la continuidad o no del régimen chiíta-alauita de Bashar Al-Assad se transformó en una sangrienta guerra civil con intervención masiva de las potencias imperialistas. Siria fue transformada en campo de batalla de la disputa hegemónica mundial; en forma directa a través de bombardeos y envío de combatientes, e indirecta mediante la instrumentación de grupos terroristas militarizados, identificados o no con el fundamentalismo islámico sunita.
Milicias “populares” promovidas y financiadas por los yanquis; uso de armas químicas por el régimen de Assad contra la oposición política; barbarie física y cultural de las milicias anti-Assad del ISIS (autodenominado Estado Islámico); bombardeos rusos y combatientes de Moscú en apoyo del aliado régimen sirio... Una guerra brutal que en cuatro años dejó 250.000 muertos y provocó una crisis migratoria y humanitaria sin precedentes, con 11 millones de desplazados (en un país de 22 millones de habitantes), de los que 4 millones huyeron a países limítrofes y medio millón a Europa buscando paz, techo y trabajo.
Un tablero regional disputado por las grandes potencias
El presidente ruso Vladimir Putin defiende a ultranza a su aliado sirio Bashar Al-Assad. En la costa siria del Mediterráneo Rusia tiene la base militar de Tartus, la única que le queda en el extranjero. En los primeros días de octubre Moscú comenzó una intensa campaña de bombardeos aéreos que, con el pretexto de golpear al ISIS, ataca también posiciones de grupos de la oposición armada. De paso, Moscú presiona a Estados Unidos y a Europa para que -en nombre de la lucha conjunta contra “el terrorismo”- levanten las sanciones económicas que le impusieron en julio del año pasado a causa de su ofensiva contra Ucrania.
El miércoles 7 de octubre, el ejército sirio y fuerzas aliadas compuestas de iraníes, milicianos libaneses de Hezbolá y rusos (aparentemente combatientes que intervinieron el año pasado junto a los separatistas del este de Ucrania) lanzaron una gran operación terrestre en la provincia de Hama (centro) y en zonas de la vecina provincia de Idlib (oeste), claves para la supervivencia de Assad. Rusia aportó además apoyo aéreo y lanzó misiles desde barcos de guerra de su Flota en el Mar Caspio. Aunque el Kremlin dijo que en Siria se limitará a continuar su campaña aérea y no planea movilizar tropas propias, la abierta intervención rusa abrió camino a la ofensiva terrestre de las tropas de Assad y de sus aliados contra los insurgentes tanto del ISIS como de los otros grupos contrarios al gobierno sirio que amenazan sus bastiones costeros.
En 2013 el presidente estadounidense Obama formó una coalición internacional contra el régimen de Assad, a la que sumó países de Europa y de Asia. Pero el respaldo y las amenazas militares de Moscú disuadieron a los yanquis de atacar directamente al ejército sirio. La coalición igualmente intervino en el conflicto de Siria con una campaña de bombardeos aéreos (a los que se sumó recientemente Francia), pero pronto debió desviar sus golpes contra el avance imparable del ISIS, un grupo islámico terrorista y fundamentalista con estructura militar que se escindió de Al Qaeda y que -promovido inicialmente por los imperialismos occidentales para combatir a Al Assad y contrarrestar la influencia rusa en la región- parece haberse escapado de su control y ya controla porciones del territorio de Siria y de Irak. No por nada el ruso Putin levantó la voz en su reciente discurso en la ONU contra “aquellos que apoyan al terrorismo”, en referencia a sus rivales yanquis en el Oriente Medio.
El tablero regional se complicó aun más con la intervención de Turquía, miembro de la OTAN y aliado de Washington en el objetivo de contener a ISIS, pero que aprovecha el río revuelto para enfocar su acción militar principalmente contra los nacionalistas del Kurdistán turco (en el sur de su territorio fronterizo con Siria). Los nacionalistas kurdos dirigidos por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) formaron milicias populares –con gran participación de mujeres– que son las únicas que lograron combatir y vencer a los ultrafundamentalistas de ISIS impidiendo que cayera en sus manos la ciudad de Kobane en el Kurdistán sirio (norte). En julio el estado turco bombardeó campamentos del PKK, y el pasado sábado 10 de octubre un sospechoso atentado mató a casi 100 personas en un acto de nacionalistas kurdos en la capital Ankara.
Desemboque incierto
La intervención desembozada en Siria de Rusia y de la OTAN (ésta a través de Turquía) agravó al extremo la tensión en la región. En menos de 24 horas se produjeron dos incidentes entre aviones de guerra turcos y rusos en la frontera entre Turquía y Siria. La OTAN imperialista clamó que “es inaceptable violar el espacio aéreo de otro país…”, aunque ella misma es también una vieja especialista en violaciones territoriales (www.dw.com, 6/10/15). Junto con esto, EEUU –aliado de Turquía– bombardeó una zona de la emblemática ciudad siria de Alepo el pasado 9 de octubre.
“No sólo seguiremos aumentando los ataques. También aumentaremos su intensidad”, advirtió a su vez el vicejefe del Estado Mayor del Ejército ruso, Andrei Kartapolov (reuters.com, 3/10/15). Los rusos dicen que los ataques lanzados por su fuerza aérea en distintas zonas de Siria destruyeron bases e infraestructuras del ISIS. Los yanquis y sus aliados imperialistas de “occidente” necesitan resguardar y avanzar en su posicionamiento estratégico en una región que sigue siendo el principal reservorio petrolero del mundo.
Lo cierto es que por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, aviones de Rusia y de Estados Unidos y sus aliados realizan misiones de combate con fines estratégicos distintos u opuestos en el mismo país. Cualquier acción militar errónea o intencionada podría llevar las diferencias al terreno de la confrontación militar directa.