[Vamos! Nº 56] .
El problema de la vivienda en nuestro país viene de lejos. Desde las últimas décadas del siglo XIX, millones de inmigrantes arribaban al puerto de Buenos Aires con promesas de tierra, trabajo y hogar. Lejos de encontrar eso, la mayoría terminaría incorporándose como mano de obra barata, tanto en el campo como en las industrias y servicios de la ciudad, y obligados a vivir en pésimas condiciones.
Los conventillos de los barrios del sur eran viejas casonas abandonadas por la oligarquía porteña cuando la fiebre amarilla de 1870, que se reconvirtieron como un gran negocio, alquilando cada cuarto a una familia obrera, sin ventanas y con un solo baño para alrededor de 70 personas. En 1904, 138.188 personas vivían en las 43.873 habitaciones de los 2.462 conventillos porteños.
En 1907, el aumento del costo de vida y los bajos salarios hacían imposible de pagar los altos alquileres cobrados por condiciones de vivienda infrahumanas. Al calor de la acción de anarquistas, socialistas y sindicalistas revolucionaros en el movimiento obrero, los inquilinos de Buenos Aires, con un destacado rol de las mujeres y los niños, decidieron dejar de pagar los alquileres, lo que luego se extendió a otras provincias. Manifestaciones, ollas populares, represión y resistencia a los desalojos marcaron la huelga de los inquilinos, que se prolongó por cinco meses. Finalmente, con la lucha se lograron algunas rebajas de alquileres y mejoras mínimas en las condiciones de vida.