Durante más de cuatro décadas Israel consolidó su ocupación de los territorios palestinos instalando “colonias” en Cisjordania, pobladas con colonos armados y protegidas por el ejército. Los pueblos y ciudades palestinos fueron convertidos en islas rodeadas de controles militares y de asentamientos israelíes. Con la Cisjordania actual, un Estado palestino no podría tener unidad territorial. Gaza, a su vez, está completamente separada de Cisjordania.
Israel limita y controla férreamente a los pobladores palestinos; con el pretexto de lo que llama “terrorismo” los detiene arbitrariamente, tortura a los presuntos culpables, o desata represalias militares contra su barrio u otro, como lo hace ahora en Gaza; los mantiene encarcelados sin cargos ni juicio, les prohíbe salir de su ciudad o los demora durante horas, divide sus poblados con el “Muro de la infamia”, les niega servicios básicos como el agua, destruye sus casas en represalia a los atentados de la resistencia. El estado israelí aplica un apartheid como lo hacía el estado racista sudafricano.
Frente a la brutalidad del estado fascista israelí, Washington y la Unión Europea se sienten “incómodos”, pero se limitan a condenas formales. Para ellos, Israel y algunos estados árabes “amigos” son importantes socios comerciales ‒especialmente para sus ventas de armas‒. Les brindan apoyo diplomático y estratégico porque son un aliado estratégico clave para su competencia hegemónica por el control del Medio Oriente, principal reservorio petrolero del mundo.