[Vamos! Nº 59] Los operarios gráficos de Buenos Aires.
El 2 de septiembre de 1878 se iniciaba la primera huelga obrera en nuestro país. Sus protagonistas: los trabajadores de las imprentas que realizaban los diarios, organizados en la Unión Tipográfica Bonaerense. Sus reclamos: salario y condiciones de trabajo. Con esta lucha, la clase obrera argentina emergía como un nuevo actor en el escenario nacional.
Industria y clase obrera en la Argentina oligárquica
A partir de mediados del siglo XIX, con la inserción agro-ganadera exportadora en la nueva División Internacional del Trabajo del capitalismo liberal y con el proceso de consolidación del Estado Nacional, empiezan a extenderse en nuestro país las relaciones de producción capitalistas en las ciudades y el campo, entremezclándose en las zonas rurales con persistencias precapitalistas. En los años 60, acompañando el auge de la ganadería ovina, se trazan las primeras vías ferroviarias con capitales locales e ingleses y se produce una primera oleada de inmigración europea.
En este período la actividad industrial era un sector rudimentario, artesanal y secundario de la economía nacional, obturada por las importaciones de manufacturas británicas y la falta de una política que la promoviera. Principalmente se encontraba vinculada a la elaboración de productos agrarios, como los saladeros, graserías, ingenios, molinos o bodegas.
Con el crecimiento y modernización de la ciudad de Buenos Aires se desarrolla la industria de la construcción y surgen una serie de talleres o pequeñas fábricas destinadas al mercado doméstico: panaderías, sastrerías, herrerías, carpinterías, fabricantes de velas, jabones, licores, cigarrillos, dulces, etc. Ya en 1855 había 1.265 de estos talleres. En el Censo Nacional de 1869 se registra la existencia de 34.552 trabajadores manuales, de los cuales 14.000 eran carpinteros, 9.000 albañiles y 1.100 pintores. También aparecen 15.681 trabajadores vinculados a los talleres que producían para el consumo local y unos 30.000 trabajadores de servicios, como carreros, cocheros, lavanderas, planchadoras, trabajadores domésticos o jornaleros. El 50% de la población porteña ya era extranjera, en su mayoría italianos y españoles.
Otro de los sectores que concentraban trabajadores asalariados eran las imprentas que realizaban los diarios, como El Nacional, La Prensa o La Nación. El Censo de 1869 registra 460 empleados en este sector. Los tipógrafos eran mayoritariamente argentinos de nacimiento y sabían leer y escribir, lo que no era frecuente entre los trabajadores en esa época y fue uno de los factores que favoreció su organización. En ese momento no existía ninguna reglamentación de la duración de la jornada laboral ni de los salarios, lo que posibilitaba una gran arbitrariedad patronal, que además empleaba trabajo infantil.
Los tipógrafos fueron uno de los primeros sectores obreros en crear una organización autónoma: la Sociedad Tipográfica Bonaerense, en 1857. Todavía no era una organización propiamente sindical, sino una asociación por oficio, de tipo mutualista, que se proponía una ayuda y colaboración colectiva ante situaciones como enfermedades o desempleo y la defensa y el fomento de la profesión. Por otra parte, también los tipógrafos fueron los primeros en establecer vínculos con la Primera Internacional (ver recuadro). En los años 60 y 70 empiezan a aparecer en Buenos Aires distintos periódicos socialistas y anarquistas, a lo que se sumará la llegada de varios exiliados de Francia tras la represión a la Comuna de París de 1871, con lo que se constituirán secciones de la Internacional en Argentina, manteniendo un intenso intercambio de cartas con el propio Marx.
La primera huelga en Argentina
En 1877 los tipógrafos deciden constituir una organización más apta para el enfrentamiento con las patronales: nace así la Unión Tipográfica Bonaerense, con un carácter más de clase y el objetivo explícito de conseguir reivindicaciones salariales y de condiciones de trabajo. Su primer presidente fue el francés Hipólito Gauthier, probablemente uno de los exiliados de la Comuna de París.
Ante la renuencia de los empresarios dueños de los diarios a aceptar las demandas de los trabajadores, en una asamblea realizada el 30 de agosto de 1878, con más de mil personas, los operarios decidieron iniciar la huelga en todos los talleres a partir del 2 de septiembre.
La lucha se extendió durante todo el mes. Los empresarios de los diarios paralizados intentaron aplacar la lucha obrera recurriendo a rompehuelgas, y fueron en busca de los tipógrafos de Montevideo. Pero estos, con auténtica solidaridad de clase, negaron todo tipo de colaboración e hicieron público un manifiesto en el que saludaban “la trascendental huelga bonaerense”.
La lucha culminó con un resonante triunfo obrero. Los tipógrafos lograron el aumento salarial y el establecimiento de una jornada de trabajo de menos de 10 horas. También consiguieron el remplazo de los menores por adultos y el compromiso de la prohibición del trabajo infantil.
El movimiento obrero argentino
Luego de la huelga de los tipógrafos siguieron su ejemplo lo cigarreros, empleados de comercio, albañiles, yeseros, carteros y otros sectores obreros. Durante la década de 1880, la clase obrera y el movimiento sindical argentino crecerán en extensión y organización, lo que generaría las condiciones para los primeros intentos de constituir una organización representativa de toda la clase.
Alentados por la creación de la Segunda Internacional en 1889, y con el impulso del club marxista de alemanes en Argentina Vorwärts, en 1890 por primera vez se realizó un acto obrero en nuestro país por el 1º de Mayo. Con discursos en varios idiomas, se reivindicó a los mártires de Chicago, se planteó la demanda de la jornada de 8 horas y otras reivindicaciones y se afirmó la solidaridad internacional de todos los trabajadores del mundo. La clase obrera argentina salía así a la luz como una fuerza unida e independiente, iniciando un largo camino de organización y lucha por sus reivindicaciones y por una nueva sociedad.