martes, 29 de septiembre de 2015

La emacipación de la mujer durante la Revolución China

[Vamos! Nº 61]  A 66 años de la fundación de la República Popular China (Parte 1 de 2).











El 1º de octubre de 1949 Mao Tse-tung proclamó en la Plaza Tienanmen de Pekín la fundación de la República Popular China, culminación de una larga etapa de revolución de liberación dirigida por el Partido Comunista de China, por la que lucharon heroicamente durante 25 años, y que poco después se desarrollaría en forma ininterrumpida al socialismo. En un nuevo aniversario publicamos un artículo de Su Kuang, “La lucha por la emancipación de la mujer”, publicado en el número de marzo de 1973 de China Reconstruye. Más allá de la posterior restauración capitalista en China (1978), esta experiencia durante la Revolución China sigue siendo un enorme aporte a los debates y la lucha contra la opresión a las mujeres.

La lucha por la
emancipación de la mujer

Nací en una familia pobre de Nankuan, una pequeña cabecera distrital, en el sur de la provincia de Jopei. En 1936, comencé a cursar estudios en la escuela normal distrital. Me sentía llena de odio hacia los fenómenos sociales existentes en la vieja sociedad: el pueblo trabajador llevaba una vida de bestias, perseguido por el hambre y frío en todo momento, los terratenientes y gobernantes cabalgaban sobre las espaldas de los pobres, succionándoles la sangre y actuando a su capricho. Un maestro apellidado Chang nos hablaba a menudo de las causas por las cuales existía la opresión de clase y recomendaba libros progresistas; la hermana de una de mis compañeras de estudio (después me enteré de que era miembro clan¬destina del Partido Comunista), nos hizo saber que el Partido Comunista estaba dirigiendo a los pobres a hacer la revolución y que el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos encabezado por el Presidente Mao había hecho la Gran Marcha de 25.000 li y llegado a la base de apoyo revolucionaria Yenán. Desde entonces empecé a aprender fundamentos de la revolución.

Eran entonces tiempos de terror blanco kuomintanista. El maestro Chang fue despedido poco después y yo expulsada de la escuela y torturada en la administración distrital títere debido a que tomé la iniciativa de reunir a algunos estudiantes en contra del rector. Me vi obligada a trabajar temporalmente en una escuela primaria lejos de la cabecera distrital.

En 1937, los imperialistas japoneses ocuparon Peiping (hoy Pekín) y siguió la invasión hacia el sur por la línea ferroviaria. Nankuan fue bombardeado y los gobernantes kuomintanistas huyeron llenos de pánico. Jus¬tamente cuando yo andaba buscando el camino de la revolución, una unidad del Octavo Ejército dirigido por el Partido Comunista marchó sobre Nankuan y estableció el gobierno local democrático-antijaponés. La or-ganización de Partido impartió educación política primero entre los jóvenes. Me uní pronto a la fila revolucionaria. En 1938, se estableció en el sur de Jopei la primera “Asociación Femenina de Salvación Nacional”, en la cual fui elegida jefa del departamento de propaganda. Aquel mismo año ingresé en el Partido Comunista de China.

Rompiendo el yugo feudal

La Asociación Femenina destinaba sus esfuerzos a la movilización de las mujeres rurales para que se incorporaran al movimiento antijaponés y por la salvación nacional. Nosotras, como intelectuales, habíamos tenido muy reducidos contactos con los campesinos. Al llegar a la primera aldea vestidas de túnica china y faldas, los campesinas clavaban su vista en nosotras y hablaban mal a nuestras espaldas. Cuando el responsable de la aldea tocaba mucho tiempo gongs para llamar a las mujeres a mitin, salían ancianas y hombres, en lugar de mujeres jóvenes. Luego nos enteramos de que los terratenientes y campesinos ricos habían propalado calumnias entre las masas, diciendo que éramos muchachas indecentes y mal educadas y que las jóvenes casadas no podían por lo tanto escucharnos.

En la vieja China, las mujeres trabajadoras no sólo vivían oprimidas, al igual que los hombres, por los terratenientes y gobernantes, sino que también sufrían por los conceptos feudales de que las mujeres eran inferiores a los hombres. El matrimonio era decidido arbitrariamente por los padres y, una vez casadas, las mujeres eran manejadas por los maridos. En las zonas rurales del sur de Jopei, era muy común que no se permitiera a las jóvenes trabajar en el campo, temiendo que hombres desconocidos las vieran. Cuando necesitaban algo, incluso un solo centavo, tenían que pedirlo al marido o a sus suegros. Las mujeres jóvenes no tenían posición en la familia.

Cuando la Asociación Femenina se vio apurada ante la movilización de las mujeres para la resistencia contra el Japón, dos opiniones se presentaron entre sus miembros. La una, que hacía coro a algunas jóvenes, consistía en luchar contra los tercos cónyuges y suegras, con el fin de descargar su furia y obtener la determinación de la mujer; la otra consideraba que, el enemigo común era el imperialismo japonés, y que de actuar así, se sabotearía la unidad antijaponesa y se agudizaría la contradicción familiar. Tras una discusión entusiasta llegamos a la conclusión finalmente de que la unidad unánime era la llave para obtener la victoria en la guerra antijaponesa y que sin la liberación nacional era imposible la emancipación de la mujer. Entonces visitábamos casa por casa para hacer amistades entre las jóvenes amas de casa, haciéndonos comprender y esforzándonos para persuadir pacientemente a los obstinados maridos y suegras.

Los cambios operados en la familia de Wang Er, que vivía en el distrito de Chülu, mostraron que este método de trabajo era muy positivo. La mujer de Wang Er, nuera-niña desde los 12 años de edad, venía sufriendo por mal trato de su suegra y marido, teniendo este último 17 años más que ella. El marido era asalariado. En los años de malas cosechas, ella tenía además que trabajar para pagar las rentas impuestas por los terratenientes. El trabajo fatigador y las infelices relaciones hogareñas la enmudecían. La gente la llamaba “nuera tonta”. Ella no podía asistir a nuestro mitin de movilización porque la suegra temía que se rebelara y no trabajara para la familia como antes, y el marido, a su vez, se preocupaba de que fuera atraída por algún otro hombre. Cuando visité su casa, la suegra me recibió con mucha frialdad y no dejó que la joven me viera. Algunas camaradas opinaron que para lograr la emancipación ella debía divorciarse, regresar a su pueblo natal y participar en la Asociación Femenina. Sin desanimarme, fui una y otra vez a su casa para hablar con la anciana, explicándole que las mujeres debían también hacer contribuciones a la resistencia contra el imperialismo japonés y que seríamos todos esclavizados si los invasores llegaban. Le relaté los sufrimientos de los compatriotas en el nordeste del país, que se hallaba bajo la ocupación nipona, y le señalé que no tendríamos hogares si perdíamos la patria. Le hablé intencionadamente también de mi historia. La anciana simpatizó conmigo al saber que yo había nacido en una familia pobre y que mi madre había muerto cuando apenas tenía yo 15 años y fui víctima de la persecución de los kuomintanistas. Conversaba con ella mientras le ayudaba en los quehaceres, trabajando en la cocina o alimentando puercos; si ella hilaba, le preparaba el algodón. La anciana dijo: “Estas jóvenes nos comprenden muy bien, tienen el mismo origen que nosotros y sienten lo que pensamos.” Cierta noche, hizo salir a su hijo y me pidió que me quedara a pasar la noche en el cuarto de su nuera. Esta me describió sus amarguras y pen-saba divorciarse. Le dije que debía armonizar las relaciones con su marido y su suegra, pues ellos eran también gentes pobres y Wang Er había cambiado su ideología bajo la constante ayuda de los miembros de la Asociación Campesina (organización antijaponesa formada por los campesinos con la excepción de los terratenientes y campesinos ricos). Servían también como una educación a la población local las “limpiezas”, incendios, ma-tanzas, saqueos y otros crímenes cometidos por el enemigo japonés cuando éste se apoderó de la cabecera distrital de Nankuan en 1938. Pasado algún tiempo, Wang Er fue admitido a la Asociación Campesina, su esposa y la madre ingresaron en la Asociación Femenina.

Nos forjamos y templamos también en el trabajo de masas. Nos quitamos el uniforme estudiantil y vestimos ropas de campesinas. En cada aldea muchas ancianas nos “adoptaban” como hijas.

‘Nuera tonta’ convertida
en buena dirigente

Una vez movilizadas las masas femeninas, las organizamos en la confección de zapatos y tejedura de telas para el ejército popular, y su trabajo era debidamente remunerado. Reunimos también a las jóvenes en equipos de autodefensa para montar de guardia, esconder cereales del enemigo, defender las aldeas, visitar y ayudar a las familias de los miembros del ejército popular, destruir caminos y muros construidos por el enemigo, cuidar a los heridos, servir de camilleras y mensajeras. Cuando los enemigos realizaban “campañas de limpieza”, organizábamos a las jóvenes en unidades guerrilleras para que contribuyeran a la victoria final. Disparaban sobre el enemigo por la espalda y le lanzaban granadas de mano o triquitraques dentro de barriles de gasolina, cuando nos faltaban municiones, para confundir y hostigar al enemigo.

Aquella “nuera tonta”, la mujer de Wang Er, se mostró particularmente, activa en la asistencia al frente: tejía más y mejores telas, hacía zapatos el doble de rápido que otras mujeres. Fue elegida directora de la Asociación Femenina de su aldea. Cierta vez, se hallaba de guardia fingiendo trabajar en una parcela al lado de su casa que quedaba a la misma entrada de la aldea. Vio acercársele a un hombre sospechoso y supuso que era espía del enemigo. Entabló conversación con él para distraerlo y tiró de la cuerda que se extendía hasta su casa. Su suegra se dio cuenta del asunto e informó enseguida al equipo de autodefensa. El espía fue detenido. En otra ocasión, la mujer de Wang Er ayudó a detener varios espías mediante este mismo método. “La ‘nuera tonta’ se ha convertido en una buena dirigente”, dijeron las masas campesinas.

Combatiendo hombro a hombro con los hombres, las mujeres hacían grandes contribuciones a la lucha antijaponesa. Esto no sólo las estimulaba a ellas mismas sino que también educaba a las masas. En cuanto a los conceptos y costumbres feudales de discriminación contra la mujer, fueron rechazados en el curso de la lucha. Fuimos educadas también en el trabajo femenino. Comprendimos con más claridad que el movimiento femenino formaba parte del movimiento revolucionario en su conjunto y vimos que si aquél se divorciaba de éste y estaba únicamente encaminado a conquistar derechos de la mujer, considerando la emancipación de la mujer como una toma de derechos al hombre y apuntando hacia éste la punta de lanza, surgiría inevitablemente, dentro de las filas revolucionarias, el antagonismo entre las mujeres y los hombres y entre las jóvenes y las ancianas. Esto desfavorecería la lucha de liberación nacional y la lucha por la emancipación de todas las clases oprimidas; el movimiento femenino no ganaría simpatía social y encontraría obstáculos en su lucha por la emancipación.

(*) Al momento de publicar su artículo en 1973, Su Kuang era subdirectora del Comité Revolucionario del Barrio Oeste de Pekín. Antes de la Liberación se había dedicado al trabajo femenino y fue, después de 1949, presidenta de la Federación de la Mujer de Tientsín.