Sólo el grado de combatividad al que había llegado el auge obrero y popular y la radicalización política en los años ‘70 puede explicar la saña, el salvajismo y la proporción del terror desatado por la dictadura del ‘76. Como su pomposa autodefinición lo sugería, el “Proceso de Reorganización Nacional” se propuso destruir hasta los cimientos de una Argentina en la que brotaban por todos lados las luchas de los trabajadores, los estudiantes, los campesinos y el enfrentamiento a la dominación imperialista. La “Noche de los Lápices” fue eso: el ataque a un grupo de dirigentes estudiantiles secundarios de La Plata con el objetivo de aplacar de una vez y para siempre la combatividad de la juventud. No lo lograron: como gritan cada 16 de Septiembre miles de estudiantes, hoy los lápices siguen escribiendo.
Tomala vos, dámela a mí
Durante la dictadura de la “Revolución Argentina” (1966-1973) y bajo el tercer gobierno peronista, el movimiento estudiantil secundario había experimentado un gran crecimiento y politización. El ejemplo del Che y el Cordobazo impulsaban a la juventud a la organización, la lucha y la militancia. Con la derogación en 1973 de la Ley De la Torre, que prohibía la agremiación estudiantil, proliferaron los centros de estudiantes, los cuerpos de delegados y las coordinadoras.
Tras la muerte de Perón, con el ascenso de Isabel a la Presidencia y el inicio de los preparativos golpistas, la situación en el movimiento estudiantil universitario y secundario se fue tornando muy compleja. Sobre todo con la designación de Oscar Ivanissevich en el Ministerio de Educación, que llevó adelante una política educativa fuertemente reaccionaria y represiva, y la política de la organización Montoneros de poner en el blanco principalmente al gobierno peronista.
En 1974 los estudiantes secundarios de La Plata habían formado una Coordinadora de Estudiantes Secundarios, con delegados de todos los colegios. Los que estaban a la cabeza eran el Bellas Artes y el Colegio Nacional (dependientes de la Universidad de La Plata), los Normales N°1 y 3 y “La Legión”, como le decían al Colegio España por albergar a los estudiantes repetidores y con “mala conducta”. La organización con más peso era la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), vinculada a Montoneros, y también tenían presencia la Juventud Guevarista (vinculada al PRT) y otras tendencias de izquierda.
El núcleo principal de las reivindicaciones de los secundarios era el boleto estudiantil, que no estaba vigente en la ciudad. Ante el tratamiento de un proyecto en el Concejo Deliberante, el 4 de septiembre de 1975 se realizó una asamblea con 300 delegados, que decidió una movilización. Al grito de “Eso, eso, eso, boleto a un peso” y “Tomala vos, dámela a mí, por el boleto estudiantil”, y encolumnados detrás de las banderas de cada colegio, el 5 de septiembre más de 3.000 estudiantes salieron a las calles platenses. Cuando llegaron a las puertas del Ministerio de Obras Públicas para entregar un petitorio de la Coordinadora, la respuesta fue la represión policial.
Pero la movilización estudiantil tuvo sus frutos: el 13 de septiembre, con un decreto de Obras Públicas, se ponía en vigencia el Boleto Estudiantil Secundario. Con este gran triunfo finalizaba el año 1975 para los secundarios, que entraron en el período de vacaciones de verano. El regreso a clases a inicios de 1976 sería muy diferente.
El terror dictatorial
El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno de Isabel Perón e implantaron el régimen más genocida que vivió nuestro país. El objetivo: ahogar en sangre el auge de luchas obreras, populares y revolucionarias que atravesaba la Argentina y llevar adelante un plan de ajuste, desindustrialización y entrega nacional.
En La Plata, el gobernador golpista Victorio Calabró entregó el mando a los militares con una ceremonia formal. Para abril, ya la gobernación de Buenos Aires estaba ocupada por Ibérico Saint Jean, el Ministerio de Educación por el general Ovidio Solari y la intendencia de La Plata por el capitán de navío Oscar Macellari. El coronel Ramón Juan Alberto Camps se hizo cargo de la jefatura de la Policía de la Provincia. Bajo sus órdenes, el comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz organizaría el Comando de Operaciones Tácticas de Investigaciones (COTI), una estructura represiva paralela a la policía.
Al compás de la represión general, rápidamente los colegios secundarios, donde las clases se reiniciaron a fines de marzo, fueron objeto de una fuerte política disciplinadora y represiva. Se prohibió cualquier clase de organización estudiantil, la policía se apostó en los techos de varios colegios, hubo docentes cesanteados y comenzaron las detenciones de estudiantes. Para la dictadura, las universidades y colegios eran potenciales “focos de subversión política”. Pero muchos militantes estudiantiles continuaron con acciones clandestinas de resistencia, como pintadas nocturnas, volanteadas o actos sorpresa. La Coordinadora de Estudiantes Secundarios llamó a resistir y se procuró su reorganización en las nuevas condiciones.
Con la asunción de la dictadura, las tarifas del transporte urbano comenzaron a aumentar y el precio del boleto estudiantil no paró de crecer, al mismo tiempo que cada vez se limitaban más sus beneficios. La respuesta de los estudiantes posibilitaba a su vez el objetivo de identificar a los referentes del movimiento que había encabezado la lucha un año atrás.
La madrugada del 16 de septiembre, en un operativo conjunto de efectivos policiales y del Batallón 601 de Ejército, Claudio De Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro eran secuestrados de sus casas. Al día siguiente, los represores apresaban a Emilce Moler y Patricia Miranda, y cuatro días después a Pablo Díaz. También Gustavo Calotti, que había terminado el secundario un año antes, había sido secuestrado el 8 de septiembre.
Todos tenían entre 14 y 18 años, habían participado en la lucha por el boleto estudiantil y la mayoría tenía militancia política, sobre todo en la UES. Los tuvieron en los centros clandestinos de detención Arana y Pozo de Banfield, donde fueron interrogados, torturados, violados y sometidos a simulacros de fusilamiento. Sólo los últimos cuatro mencionados aparecieron con vida años después. El resto permanecen desaparecidos y son parte de los 232 adolescentes secuestrados durante la dictadura.
En 1985 Pablo Díaz dio su testimonio en el Juicio a las Juntas. Las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final impidieron durante años el juzgamiento de Etchecolatz y otros autores, que recién en los últimos, a partir de la incansable lucha de los organismos de derechos humanos y las organizaciones populares y con la derogación de estas leyes, fueron juzgados y condenados.
Pero, sobre todo, la lucha y el ejemplo de estos estudiantes secundarios se convirtieron en una bandera indeclinable de todo el movimiento estudiantil y popular. Y cada 16 de Septiembre, junto al recuerdo y al reclamo de justicia, se renueva el compromiso de lucha por las reivindicaciones estudiantiles y por las transformaciones sociales por las que los jóvenes de la Noche de los Lápices y muchos otros miles dieron la vida.